Érase una vez un niño. Cada tarde, su madre le daba una taza de leche y un bollo de pan. Con ellos se iba el niño a la era. En cuanto empezaba a merendar acudía un sapo. El sapo salía de una rendija de la pared, y, metiendo la cabecita en la taza, merendaba con él.
El pequeño gozaba mucho con su compañía, y, una vez sentado con su tacita. Si el sapo no acudía en seguida, le llamaba:
-Sapo, sapo, ven ligero; ven y serás el primero. Te daré migajitas en leche empapaditas.
Entonces acudía corriendo el sapo, merendaba de buena gana. Al terminar, mostraba su agradecimiento trayendo al niño, toda clase de bellas cosas de su secreto tesoro de su secreto tesoro,como piedras brillantes, perlas y juguetes de oro.
El sapo se limitaba a beberse la leche y dejaba el pan, por lo que un día el pequeño, dándole un ligero golpecito en la cabeza con la cucharilla, le dijo:
- ¡Cómete también el pan!
La madre, que estaba en la cocina, al oír que su hijo hablaba con alguien y viendo que golpeaba al sapo con la cucharilla, corrió al patio con un palo y mató al pobre animalito.
A partir de entonces empezó a producirse en el niño un gran cambio. Mientras el sapo había comido con él, el muchacho creció sano y robusto. Pero desde la muerte del sapo, sus mejillas perdieron su color rosado y empezó a adelgazar.
Poco después, por la noche comenzó a dejar oír su grito el ave que anuncia la muerte. El petirrojo se puso a recoger ramillas y hojas para una corona fúnebre, y al cabo de unos días, el niño yacía en un ataúd.
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Un día, una niña huerfanita se hallaba sentada junto a la muralla de la ciudad, cuando vio que un sapo salía de una rendija que había al pie del muro. Rápidamente extendió a su lado un pañuelo de seda azul, sabiendo que a los sapos les gustan mucho esta clase de pañuelos. Al poco de ver esto el sapo, apareció de nuevo con una coronita de oro y, depositándola sobre la tela, se fue. La niña levantó la corona de oro y se la llevó. Poco después asomó nuevamente el sapo y, al no ver la corona, de la pena empezó a darse cabezazos contra el muro hasta que cayó muerto. Si la niña no hubiese tocado la corona, seguramente el sapo le habría traído muchos más tesoros de los que guardaba en su agujero.
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Grita el sapo:
¡Hu-hu, hu-hu! Dice el niño:
¡Ven acá! Sale el sapo, y el niño le pregunta por su hermanita:
¿No has visto a Medias Coloraditas? Dice el sapo:
No, yo no, ¿y tú? ¡Hu-hu, hu-hu, hu-hu!