Eran las diez de la noche. Un joven viajero había llegado a un hostal y se había retirado a su cuarto. Allí abrió un baúl y se quedó contemplando su contenido.
-Todavía debo sacar algún partido de lo que me queda -dijo-. Tal vez pueda invocar a un genio tan poderoso como el de
Las mil y una noches para que me traiga riquezas. ¿Quién sabe?
En realidad, el baúl solo contenía ropa vieja y algunos vestidos de mujer.
-¡Alto! Dan las diez -dijo de pronto el joven-. Tengo que apresurarme, no vayan a cerrar la tienda.
Rápidamente, el joven se vistió, se abrigó y salió a la calle. Caminó hasta llegar al único comercio abierto de la ciudad.
Frente al escaparate, el joven vio al comerciante hacer cuentas a la luz de una vela y hablando solo.
-Hay que ver cómo es posible convertir un chelín en un millón. El secreto está en colocar bien el dinero. ¡Qué buena semana esta! Las doscientas libras que me prestó hace diez años Tomás Evans han dado excelente fruto. Y como el muy tonto perdió mi pagaré no tuve que devolvérselas. Ni tampoco a su hijo y heredero, Jorgen Evans, a pesar de que me las reclamó. “Ven con el pagaré y haré honor a mi firma”, le dije al joven que dilapidó la fortuna de su padre y tiene que dedicarse al teatro para poder sobrevivir.
En eso estaba el comerciante cuando el joven entró en la tienda.
-Para servirle, señor Benson -saludó-. Me alegro de que no haya cerrado aún. Deseo comprar ese mueble con cajones que tiene ahí para regalárselo a mi tía.
-Ese viejo mueble lo compré a los herederos del granjero Merrywood, que decía que llevaba en la familia al menos dos siglos-dijo el señor Benson-. Puedo vendérselo por dos libras.
-Está bien, no regatearé -dijo el joven-. Solo le pido que me haga un recibo y que lo lleve este misma noche a casa de mi tía, que vive en el arrabal, con todo lo que contenga el armario dentro. ¡Nunca se sabe lo que pueden contener estos muebles viejos!
El comerciante aceptó y esa misma noche llevó el armario a la dirección indicada. Cuando llegó, una anciana abrió la puerta y recogió el mueble, dándole una propina al comerciante, que se volvió tan contento.
Daban las doce cuando una hermosa y bien vestida mujer se bajaba de un carruaje y llamaba a la puerta del comercio.
El señor Benson abrió extrañado.
-¿Qué desea? -dijo el señor Benson.
-Quiero comprarle el armario de cuatro cajones que adquirió en la subasta del granjero Merrywood.
-Pero ya no tengo el armario -dijo el señor Benson-.
-Oh, no, qué desgracia. Recupérelo y nos repartiremos el dinero que contiene escondido en un cajón. Él me acogió de niña y sé que en su interior hay guardados cuatro billetes de banco de mil libras cada uno, pues yo misma vi cómo los guardaba. Es más, me dio este alfiler de plata para abrir el compartimento secreto donde están los billetes.
-
Lo recuperaré. Vuelva mañana -dijo el señor Benson.
El señor Benson fue al amanecer a la casa donde había dejado el armario y, tras varias negociaciones, recuperó el armario a cambio de una bolsa de oro.
Cuando llegó a la tienda decidió abrir él mismo el cajón y no esperar a la señora. Así, con una pequeña hacha, rompió el cajón donde la señora le dijo que se guardaban los billetes. En él solo encontró una nota que decía:
Recibí: Jorge Evans.En el mismo instante entraba el joven en su cuarto del hostal y volvía a meter en el baúl dos vestidos de mujer. El joven no era otro que el propio Jorge Evans, actor de profesión.
-He tenido bastante éxito en mis papeles de la tía y la señora -dijo el muchacho-. Descontando lo que me ha costado el hostal, el alquiler de la casa de mi supuesta tía, el carruaje, el mueble y la propina, todavía me quedan las doscientas libras que mi padre prestó a ese usurero más los intereses de todos estos años. ¡Ojalá la conciencia de mi deudor esté tan tranquila como la mía!