El pequeño Max era un ratoncito muy asustadizo. Tenía tanto miedo que casi no salía de su acogedor agujerito.
Lo que más miedo le daba a Max era la oscuridad, así que siempre tenía un farol encendido. Tampoco salía de noche. Tenía tanto miedo que se quedaba paralizado junto a su farolillo.
Un día, Max escuchó llorar a su mamá.
—¿Qué te pasa mami?
—Tu hermano Mixi ha desaparecido. Dicen que la vieron entrar en el bosque.
—No te preocupes, mamá. Yo iré a buscarlo.
Max asomó el hocico fuera del agujerito. En cuanto lo, hizo, dio marcha atrás.
—Casi mejor voy cuando amanezca, mami.
—Entonces, tal vez sea demasiado tarde. Vamos juntos.
Pero Max no podía moverse.
—Es que está muy oscuro.
La mamá de Max tuvo una idea.
—Coge el farol, Max. Si nos lo llevamos tendremos luz para el camino.
Max no estaba muy convencido, pero su mamá tenía razón en una cosa: si esperaban a que se hiciera de día podría ser demasiado tarde.
—Vale, nos llevamos el farol.
Los primeros pasos fueron bastante fáciles. La luna llena daba mucha luz y ayudaba mucho.
Pero cuando entraron en el bosque, los árboles no dejaban pasar casi la luz.
Para colmo, poco después, el farol se apagó.
—¡Oh, no! —exclamó Max.
Tenía tanto miedo que le empezaron a temblar las piernas. Casi estaba a punto de hacerse pis encima cuando, de pronto, escuchó algo:
—Chi-chi-chi.
—¡Mixi! ¡Eres tú! —gritó Max.
—Chi-chi-chi.
—Mamá, es Mixi. Reconocería ese chillido asustado en cualquier sitio.
—Chi-chi-chi. Chi-chi-chi.
Max se concentró en aquel sonido y lo siguió hasta que encontró a Mixi.
—¡Qué miedo he pasado! Pensé que tendría que esperar hasta mañana para que viniérais a por mí—dijo Mixi.
—¿Por qué? —preguntó Max.
—Como te da miedo la oscuridad…
Max abrazó a su hermano y le dijo:
—Lo que de verdad me daba miedo era perderte, hermanito.
Mixi, Max y su mamá regresaron a casa. Para olvidarse del miedo, fueron contando chistes y haciendo bromas. Así se le hizo más fácil el camino.
Max sigue teniendo miedo a la oscuridad, pero cuando es necesario, se enfrenta a ella. Tener miedo no está mal. Solo hay que enfrentarse a él con valentía y, si hace falta, con ayuda, que nunca viene mal.