Érase una vez un rey afortunado y amado por su pueblo que tenía por esposa a una hermosa y virtuosa mujer. De su unión había nacido una niña con los mismos encantos y virtudes de su madre.
El rey era conocido por amar a los asnos, especialmente a uno, al que cuidaba como si fuera uno más de la familia.
Pero la desgracia visitó un día al rey cuando su esposa cayó gravemente enferma. La reina, sintiendo que se acercaba su última hora, dijo a su esposo:
-Permíteme, antes de morir, que te exija una cosa. Si quisieras volver a casarte te ruego que encuentres una princesa más bella y mejor que yo.
Después de obtener la promesa del rey, la reina cerró los ojos para siempre.
El rey lloró sin descanso durante días y el dolor le acompañó mucho tiempo. Pero finalmente se dio cuenta de que tenía que volver a casarse, pues no tenía hijo varón que heredara el reino.
El rey empezó a buscar esposa, pero si igualar la belleza y virtudes de su esposa era difícil, más aún lo era encontrar una mujer que las superara.
Un día, después de conocer a muchas princesas y nobles casaderas sin que ninguna le satisficiera, el rey se dio cuenta de que su hija, ya en edad de casarse, era todavía más bonita y virtuosa que su madre. En una suerte de locura, el rey decidió que se casaría con su hija.
La niña no quería tal cosa, por lo que partió a visitar a su hada madrina, el hada de las Lilas, para que la ayudara. El hada, que amaba a la infanta, le dijo que ya estaba enterada de lo que venía a decirle, pero que no se preocupara: nada podía pasarle si ejecutaba fielmente todo lo que le indicaría.
El hada aconsejó a la princesa que le pidiera a su padre todo tipo de cosas imposibles para lograr tenerlo entretenido. Pero su padre era diligente y conseguía todo lo que su hija le pedía, por complicado que pareciese.
Como nada parecía funcionar, el hada le dijo a la princesa:
-Tu padre quedará un poco aturdido si le pides la piel de ese asno que ama tan apasionadamente. Ve, y no dejes de decirle que deseas esa piel.
La princesa fue a ver a su padre y le pidió la piel de aquel bello animal. Ante la sorpresa de la joven, el rey aceptó. El pobre asno fue sacrificado y su piel fue entregada a la princesa.
El hada madrina fue a ver a la princesa y le dijo:
-Cúbrete con esta piel, sal del palacio y parte hasta donde la tierra pueda llevarte. Yo me encargo de que tus cosas vayan donde tú estés. Solo tendrás que desearlo para que tus cosas aparezcan.
La princesa se revistió con la horrible piel del asno y salió del palacio sin que nadie la reconociera.
Al conocer su huida el rey mandó a toda la guardia que la buscara por todo el reino. Mientras tanto, la princesa llegó muy lejos, hasta una granja de otro reino vecino donde entró a servir. En la granja fue el blanco de las groseras bromas del resto de sirvientes debido a la repugnancia que inspiraba su piel de asno.
Un día, la princesa decidió lavarse y ponerse sus vestidos para verse más bonita en su cuarto, donde nadie la viera sin su piel de asno. Nadie que la hubiera visto entonces la habría reconocido.
Un día de fiesta en que Piel de Asno se había puesto su vestido color del sol, el hijo del rey, a quien pertenecía la granja donde trabajaba, hizo allí un alto para descansar al volver de caza.
Mientras daba un paseo por la granja, el joven y apuesto príncipe entró por un callejón, el callejón al que daba la ventana de Piel de Asno. El príncipe vio a la muchacha, pero no con su piel de asno, sino arreglada con uno de sus mejores vestidos.
El príncipe quedó prendado de ella y se escondió para que la muchacha no se diera cuenta de que estaba allí. El príncipe fue al comedor de la granja a preguntar quién era la joven que estaba en aquel cuarto. Le dijeron que era una sirvienta a la que llamaban Piel de Asno por su vestidura, mugrienta y sucia.
El príncipe no hizo mucho caso de la referencias y se fue de allí, sin dejar de pensar en la muchacha, de la que se enamoró sin remedio hasta el punto de caer enfermo de amor.
Piel de Asno, al conocer los sentimientos del príncipe, que de sobra eran conocidos por todo el reino, también se enamoró de él.
A
l príncipe le costó mucho convencer a sus padres de que quería por esposa a Piel de Asno, pues a sus padres no les parecía bien que el heredero se casara con una sirvienta mugrienta. El príncipe accedió a casarse con quien ellos dijeran por el bien del reino.
Pero al ver que el príncipe moría de amor, sus padres le dijeron que harían todo cuanto estuviera en su mano para salvarlo.
El príncipe solo pidió que le encargasen a Piel de Asno que le hiciera una tarta. Un sirviente fue a llevar el mensaje.
Piel de Asno se metió en su cuarto y se arregló para hacer la tarta, pues así se sentía mucho mejor. Pero mientras hacía la masa se le cayó un anillo dentro.
El príncipe encontró el anillo dentro al comer la tarta. Suponiendo que ese anillo solo podía pertenecer a una joven de alta cuna acordó con sus padres casarse con la joven a la que le encajara en el dedo.
Todas las mujeres del reino se lo probaron, pero a ninguna le valía. Fue el propio príncipe quien se acercó a la granja a preguntar por Piel de Asno. Ella estaba vestida de princesa en su cuarto cuando el príncipe llegó, así que se apresuró a colocarse la piel de asno encima.
Todo el mundo se sorprendió al ver la fina y delicada mano que salía bajo la pezuña negra y sucia de su vestimenta, la cual se quitó para descubrirse tan hermosa como era cuando el anillo encajó en su dedo.
El príncipe se casó con la princesa y reinaron felices para siempre.