El hada Cantarina era famosa por su hermosa voz. Con ella encandilaba a todos el mundo. Tenía una voz tan clara, afinada y colorida que hacía olvidar los motivos de las disputas y las guerras para escucharla. Y cuando acababa de cantar, todos los que la habían escuchado estaban tan tranquilos que conseguían llegar a acuerdos en paz.
Pero un día, el hada Cantarina amaneció con muy poca voz. Y la que tenía sobra ronca. A Cantarina le raspaba en la garganta.
-¿Qué voy a hacer a ahora? -lloraba el hada Cantarina.
Todas las hadas estaban muy preocupadas. Tenían una misión. Y sin Cantarina no podrían conseguirlo. Si ella no cantaba ¿cómo pararían a las tropas que se acercaban a invadir a sus vecinos?
Un viejo sabio que vivía cerca se enteró de lo que pasaba y se acercó a ver a Cantarina.
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No podrás cantar durante varios día, Cantarina -sentenció el sabio-. Debes reposar para que tu voz vuelva. Pero si la fuerzas puede que vuelvas a cantar jamás.
Tres haditas pequeñas se acercaron. La más mayor de ellas dijo:
-Nosotras podemos cantar.
-No digáis tonterías -dijo una de las hadas-. Nadie podrá igualar jamás a Cantarina. Sin ella todo está perdido.
Cantarina la interrumpió diciendo a media voz:
-Me gustaría oiros, pequeñas.
Las tres haditas empezaron a cantar una de las canciones más famosas del hada Cantarina, pero armonizada a tres voces.
Todos se quedaron impresionados.
-Maravilloso -dijeron a coro todas las hadas.
A partir de entonces, Cantarina decidió dejar de cantar y dejar paso a la nueva generación. Y se dedicó a enseñar y formar a los nuevos talentos. Porque lo importante era llevar a cabo la misión: llevar la paz y la tranquilidad donde hiciera falta.