Antonio fue con su abuelo a hacer la compra al mercado de la ciudad.
En los puestos del gran mercado había multitud de cosas: verdura, carne, peces, naranjas, balones, cubos para la playa y también árboles. En ese tenderete fue donde se paró el abuelo Nicanor. El abuelo tocaba con sus manos las hojas de un viejo árbol al que miraba embelesado:
- ¡Abuelo! Vamos a ver los coches de aquel puesto del fondo.
- No, Antonio. Espera un momento, quiero comprar una planta para nuestro jardín y estoy a punto de elegir este árbol.
- ¡Este no abuelo! Es muy feo y tiene un color raro.
El abuelo le contestó sonriente:
- ¡Ay pequeño Antonio! Si esperas un tiempo este árbol será muy hermoso. Solo necesita paciencia y cariño.
Antonio levantó los hombros en un gesto de no saber de qué le hablaba su abuelo mientras éste pagó el árbol y entre los dos lo llevaron a casa.
Desde ese día el abuelo regaba el pequeño arbolito todas las mañanas con gran cariño, quitándole las hojas secas y vigilando que los perros no escarbaran en la tierra. El niño daba un paseo por el jardín y miraba al resto de los árboles que le parecían mucho más grandes y bonitos que ese.
Al cabo de varias semanas el árbol empezó a perder sus hojas oscuras y se fue cubriendo de verdes hojas nuevas. Pasado más de un mes Antonio salió al jardín como de costumbre a jugar a fútbol. Le dio una patada tan fuerte al balón que este salió volando por los aires hasta quedar a los pies de un frondoso árbol de tronco duro y marrón, preciosas florecillas rosas y enormes hojas verdes.
El niño no pudo evitar sonreír y empezar a gritar:
- ¡Abuelo! ¡Sal abuelo! ¡Ven a ver esto!
- ¿Qué quieres Toño? – Nicanor se acercó a su nieto con paso lento-.
- Mira que bonito.
- Sí que lo es, sí.
- ¡Qué bien huelen sus flores! Voy a cortar una para el jarrón de la abuela.
- ¿Ves Antonio? No debemos juzgar las cosas por su apariencia…Tienes que aprender que la belleza de las cosas, al igual que la de las personas, está en su interior.