Hubo un rey quería tener el belén navideño más grande que jamás se hubiese visto en el mundo. Ya desde muy niño, le había gustado coleccionar toda clase figuritas que guardaba con esmero en cajitas llenas de algodón, hasta la llegada de la época navideña.
El belén del Rey tenía figuritas de arcilla y de barro y hasta otras fabricadas a base de rico mazapán, pero las más numerosas eran las que estaban talladas en madera. Todas ellas estaban elaboraban a mano y habían sido pintadas con cuidado y delicadeza. El resultado eran esas maravillosas figuritas llenas de detalle.
El Rey quería que en su belén estuvieran representadas todas las profesiones que ejercían los súbditos de su reino. Pues entendía que era una forma de agradecerles la labor y el esfuerzo que hacían cada día. De hecho, le gustaba dedicar buena parte de su tiempo a pasear entre los campos y las callejuelas, y preguntarles y charlar con ellos sobre su trabajo.
- Buen hombre, disculpad que os moleste ¿qué estáis haciendo? - preguntaba con educación el Rey.
- Majestad, estoy preparando la masa para hacer pan con harina, agua y sal – respondía el panadero.
- Oh vaya. Seguro que será un pan riquísimo como todos los que elaboráis – le decía con admiración el Rey.
De esta forma el belén navideño del rey se llenó de lavanderas, costureras, tejedoras, pastores, labradores, agricultores, pescaderos, panaderos... Por supuesto, también había cabras, corderos, gallos y gallinas con sus pollitos, patos, burros, pajarillos, cachorros... porque el rey quería que aparecieran todos los animales de su reino para que todo el mundo pudiera apreciar la diversidad del mundo animal y lo protegiera. Así que tampoco faltaban plantas y árboles como las palmeras hechas con corcho, los limoneros, los naranjos o los olivos. También había otro tipo de detalles como un pozo para calmar la sed, un río donde bebían los sedientos animalitos, carros tirados por bueyes, sencillas casitas de pueblo, posadas para los caminantes...
Pero el Rey siempre fue un hombre honrado y bueno que buscaba que hubiera igualdad en su reino. Él deseaba que todos sus súbditos pudiesen disfrutar de un belén navideño en sus hogares. Así que todos los años regalaba figuritas a sus súbditos para que pudieran tener su propio belén.
Llegó un invierno con mucho, mucho frío. Con temperaturas polares, vientos gélidos y nieve que tapaba las ventanas.
- Majestad, hoy las temperaturas serán mucho más bajas que ayer, y mañana lo serán aún más -le comentó preocupado uno de sus consejeros. Debemos hacer algo o la gente morirá de frío.
- Tranquilo, no lo consentiré de ninguna forma. Buscaré una solución.
El Rey vio que no era justo que sus súbditos pasasen tanto frío y ordenó que con sus preciosas figuritas de belén realizadas en madera formaran una enorme hoguera que sirviera para calentar a todos los ciudadanos.
Y por si no fuera suficiente la renuncia que el rey hizo para proteger a su pueblo, además, decidió repartir las deliciosas figuritas de hechas mazapán entre los niños para que las comieran junto a un enorme tazón de chocolate caliente y pudieran calentar también sus estómagos.