En una hermosa aldea llamada Sena existían todo tipo de criaturas mágicas. Una de las más conocidas en sus calles era la figura de un brujo llamado Turón, conocido por ser un brujo bueno, que no solía encargarse de las maldades que encargaban los humanos. El brujo Turón era generoso con los demás y nunca negaba el saludo.
A Turón le gustaba bañarse en casa rodeado de velas negras y mojar los pies en los charcos de la calle cuando llegaba el calor. Lo único que no quería era que los rayos blanquecinos de la luna se reflejaran en su cara.
Una noche de luna llena Turón tenía fuertes dolores de cabeza. Salía por las calles de la aldea y no le apetecía hablar con la gente porque, además, oía muy bajito las palabras y se ponía nervioso. La siguiente noche un vecino fue hacía su casita marrón para comprobar si Turón se seguía encontrando mal, golpeó varias veces la puerta y tocó su timbre sin parar, pero el brujo bueno no abría la puerta. ¿Le habría pasado algo? Quizá estuviera cazando sapos para alguna de sus pócimas. Pasaron dos días y del brujo no se sabía nada. Todos se preguntaban dónde estaba Turón.
Cuando llegó el fin de semana, los vecinos, preocupados, acordaron buscar al Ogro Wenceslao para que les ayudase a tirar la puerta abajo y comprobar si Turón estaba dentro. El ogro gris que medía tres metros accedió sin problemas, porque el brujo bueno siempre se había portado bien con él.
Cuando fueron a la casita y forzaron la puerta descubrieron asustados que Turón se encontraba tirado en el sofá con la cara de color azul. El Ogro Wenceslao dijo que había que llamar a la bruja Dorita para que revisara qué estaba pasando, ya que ella era la única con conocimientos médicos de la aldea.
Cuando los vecinos hablaron con la bruja Dorita ésta dejó lo que estaba haciendo y les dijo que iría, porque el brujo bueno siempre se había portado bien con ella. Cuando llegó a la casita y vio cómo estaba Turón de azul les dijo a todos los vecinos que el pobre brujo tenía un empacho de rayos de luna y que, como eso le sentaba mal, lo que ahora iba a necesitar eran botes llenos de rayos de sol, y para eso todos los vecinos tendrían que ponerse a atraparlos.
Todos los vecinos se miraron unos a otros y accedieron a dejar de hacer sus cosas y recoger rayos de sol, porque Turón siempre había sido muy bueno con ellos.
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espués de dos días los vecinos recogieron suficientes rayos de sol para ayudar al brujo Turón. La bruja Dorita preparó su pócima y cuando se la dio a Turón esté recuperó rápido la consciencia. Cuando abrió los ojos y miró a su alrededor no entendía qué hacía toda la aldea de seres mágicos a su alrededor, incluido el Ogro Wenceslao que no solía salir de su cueva. El vecino que lo había ido a buscar el primer día le explicó:
-Turón has sido un brujo tan bueno con nosotros que nos hemos preocupado por ti y hemos intentado salvarte. ¡Qué importarte es portarse bien! Si hubieras sido un brujo malo como los demás ninguno nos hubiéramos dado cuenta de que estabas enfermo.
Turón les dio las gracias a todos y los brujos malos aprendieron que para contar con los demás hay que portarse bien y cuidar a los de alrededor.