Se celebraba el vigésimo campeonato municipal de bolos de Villabolera. Villabolera era un pueblo pequeñito, pero con gran afición a los bolos. El campeonato municipal reunía cada año a decenas de jugadores importantes de todo el mundo.
En esta ocasión, para celebrar el 20 aniversario en el campeonato, el alcalde de Villabolera decidió dar un premio especial al ganador del campeonato. Eso despertó el interés de muchos más jugadores de bolos, por lo que muchos más jugadores acudieron.
Justo antes de empezar se presentó un último jugador. El hombre medía más de dos metros Y tenía una gana espalda y fuertes brazos. Pero lo que más llamó la atención de los demás jugadores fue horrible cara, cruzada de cicatrices, y su gesto áspero y hostil. Todos, jugadores y espectadores, parecían asustados. Aquel hombre parecía dispuesto a darle una paliza a quien osara jugar mejor que él.
Intentando romper el frío silencio que se había impuesto en la bolera, el alcalde dijo, imitando el estilo de la Antigua Roma, como si fuera el mismísimo César:
-¡Que empiecen los juegos!
Al principio, todos los jugadores estaban asustados, y lanzaban sin ganas sus bolas. Pero al ver que aquel jugador tan grande apenas conseguía tirar dos o tres bolos en cada tirada, te cobraron la confianza y empezaron perder el miedo y a jugar bien.
Poco a poco, el jugador grande y feo y con aspecto fiero empezó a tirar más bolos en cada tirada. Pero los demás ya se habían confiado y olvidaron el miedo. Los espectadores también parecieron olvidar la mala impresión de aquel jugador les había dado y qué tanto les había atemorizado, y empezaron a animar a sus jugadores favoritos.
El jugador grande y feo estaba muy cerca de ganar cuándo otro de sus contrincantes, el mejor jugador de Villabolera, envalentonado por los gritos del público, dejó caer un vaso de agua justo antes de que el otro lanzar una bola. Al pisar se cayó al suelo provocando un gran estruendo y haciéndose mucho daño.
- Jajaja - rió es que había dejado caer el agua. Pero el público no rió nada. Al contrario, abuchearon al tramposo.
Por un momento, este tuvo miedo. Sin embargo, el tipo grande no hizo nada. Simplemente se levantó. Pero cuando volvió a tirar todo el público le animó. Y, finalmente, ganó el campeonato. Con un gran aplauso de todos, y luciendo una curiosa sonrisa, aquel extraño jugador recogió su premio: una hermosa casa en uno de los parajes más bonitos de Villabolera.
El nuevo vecino fue recibido con gran entusiasmo y se convirtió en el nuevo ídolo de Villabolera. El tramposo, aunque pidió disculpas en público al nuevo campeón, nunca recuperó su fama. Porque para ser un ídolo no solo hay que ser buen jugador, también hay que ser buena persona.