Hasta Villacorazón había llegado un rumor que pronto puso a todos los vecinos alerta. El ladrón de corazones andaba cerca.
—Hay que evitar que se entre en la ciudad —decían todos los vecinos.
Todos estaban asustados. Allá por donde pasaba, el ladrón de corazones arrasaba. Y si por algo era famosa Villacorazón era, precisamente, por corazones, célebres en el mundo entero.
Con una particular forma heredada de los primeros pobladores de la zona, en Villacorazón fabricaban miles de unidades de cualquier cosa que pudiera tener es forma, desde peluches y cojines hasta pasteles, panes; y, por supuesto, las inigualables piruletas de corazón que habían sido galardonadas en cientos de festivales a lo largo y ancho del mundo.
Ante la amenaza, los vecinos de Villacorazón se organizaron y cercaron la ciudad. También organizaron patrullas de vigilancia para controlar las entradas y las salidas.
Pero no sirvió de nada, porque a los dos días de poner toda la operación en marcha, el ladrón de corazones perpetró su primer gran robo. Miles de piruletas de corazón habían desaparecido.
Ante la impotencia y la desesperación de los vecinos, el alcalde llamó a la Policía Nacional, que envió ipso facto a su mejor investigador: el capitán Majete. Sí, todo el mundo se reía de él cuando oían su nombre por primera vez, pensando que era una broma. Pero de broma nada, se llamaba así de verdad.
El capitán Majete era un tipo serio, y de majo no tenía nada. De hecho, era bastante cascarrabias. Pero su fama no se debía a su carácter, ni a su curioso nombre, sino a su gran eficacia.
El capitán Majete pidió a todos los ciudadanos que hicieran vida normal, que volvieran a sus casas y a sus trabajos.
—Si veis cualquier cosa fuera de lugar, me enviáis un mensaje, lo más discretamente posible —les dijo el capitán Majete a los vecinos.
Durante días el ladrón de corazones no actuó. Era imposible. Si todo el mundo actuaba como si no pasara nada él no podía hacer de las suyas. Su estrategia era, precisamente, el miedo. Por eso siempre ponía en marcha el rumor de que se acercaba, para que todos se pusieran nerviosos. Pero el capitán Majete lo estaba tirando todo por tierra.
—No se saldrá con la suya —pensó el ladrón de corazones—. Esta es mi gran oportunidad. Todo lo que he hecho ha sido pensando en robar aquí, en Villacorazón. Seré más listo que este capitán Majete y me saldré con la mía.
Pero el capitán Majete contaba con ello. Sabía que el ladrón de corazones perdería la paciencia y cometería un error. Y, cuando lo hizo, ahí estaba él. Porque no pasaba nada en Villacorazón sin que lo supiera el capitán Majete. Y así localizó al ladrón, porque solo había un teléfono en toda la ciudad de la que no había recibido un mensaje. Y no podía ser de otro que del ladrón.
Así que en el momento que el delincuente intentó robar de nuevo, el capitán Majete lo pilló.
Villacorazón volvió a la normalidad y el capitán Majete volvió a su casa, con una medalla bien grande en el pecho y dos maletas llenas de piruletas de corazón, que repartió entre todos sus compañeros.
¡Mira, qué majo!