
En el colegio Pequeños Exploradores, todo estaba tranquilo aquella mañana. El sol brillaba sobre el patio y los niños jugaban felices. Pero algo extraño pasó justo antes del recreo.
—¡Mi lápiz rojo ha desaparecido! —exclamó el maestro Luis, con los ojos bien abiertos.
El lápiz rojo no era un lápiz cualquiera. Era su lápiz especial para corregir los dibujos del gran concurso de arte. Lo había dejado sobre su mesa... y ahora ya no estaba.
Los niños se quedaron muy quietos. Nadie sabía nada. ¿O sí?
—Este es un caso para el Club de los Detectives del Patio —dijo Cata, poniéndose su gorra de exploradora.
Cata era lista como un zorro. Tenía ojos que lo veían todo. A su lado, estaba Pedro, que a veces se olvidaba en qué día vivía, pero siempre recordaba de qué color era cada cosa. Y Martina, la nueva, hablaba poco, pero tenía una cabeza llena de ideas.
Los tres se reunieron bajo el tobogán.
—¿Quién fue el último en ver el lápiz rojo? —preguntó Cata, cruzando los brazos.
Pedro pensó un momento.
—Yo vi al maestro dejarlo sobre unos papeles. Era rojo, rojo tomate.
Martina miró al suelo y luego señaló:
—Mirad… aquí hay una marca de lápiz… parece reciente.
Siguieron el rastro. Era una rayita muy fina, que iba desde la puerta del aula hasta el pasillo.
—¡Vamos tras la pista! —dijo Cata.
Siguieron la línea hasta la sala del conserje. El señor Otto estaba allí, limpiando un viejo sacapuntas de manivela.
—Buenos días, señor Otto —dijo Pedro, amable—. ¿Ha visto un lápiz rojo por aquí?
El señor Otto gruñó, pero luego sonrió un poco.
—¿Un lápiz rojo? Ah, sí... uno que encontré en el suelo del aula. Lo traje para sacarle punta. El maestro siempre se queja de que está romo.
—¿Lo tienes aún? —preguntó Martina.
El señor Otto se dio la vuelta, rebuscó en una caja... y lo sacó: ¡el lápiz rojo!
—¡Caso resuelto! —dijo Cata, feliz.
V

olvieron con el maestro Luis y le contaron todo. El maestro sonrió sorprendido.
—¡Qué gran trabajo habéis hecho! No solo encontrasteis el lápiz, sino que lo hicisteis con respeto, sin culpar a nadie.
Cata levantó el lápiz como si fuera un trofeo.
—Solo usamos nuestros ojos, nuestras preguntas y nuestras cabezas —dijo.
Pedro rio.
—Y yo usé mi memoria de colores.
Martina asintió.
—Y yo, mi silencio.
Desde ese día, muchos quisieron unirse al Club de los Detectives del Patio. Pero Cata siempre decía:
—Para ser detective no hace falta tener lupa. Solo hay que mirar bien, pensar con calma… y no dejarse llevar por las prisas.
Y el lápiz rojo… volvió a corregir dibujos, esta vez con una punta perfecta.