Todos los castores del bosque tenían entre sus tareas la construcción de sus diques para aprovechar más el entorno del río y obtener mejores alimentos y condiciones para sus refugios. Subiendo el nivel del agua, los castores crean una especie de barrera y así se protegen de los depredadores manteniendo sus madrigueras a salvo.
Para esta tarea los castores necesitan ramitas, trocitos de troncos, maderas y algunas veces piedras. Los castores no solo se ocupan de construir estos diques, sino de mantenerlos en buen estado y repararlos cuando es necesario.
Muchas veces a algunos castores les sucede que necesitan construir su dique, pero los materiales que consiguen no son los suficientes como para completar la construcción. Otras veces lo que ocurres es que el dique se daña cuando en el entorno hay escasez de ramitas y maderas. Este problema suele ser muy grave para ellos, ya que puede poner en riesgo su vida.
Pero esto jamás le sucedió a Héctor, el castor provisor. Héctor de pequeño había visto a sus mayores sufrir esa problemática. A él le gustaba observar cómo se manejaban los castores adultos, y se ponía a pensar cómo podría evitar que de mayor le pasase lo mismo a él.
Entonces a Héctor se le ocurrió una idea. Buscó un viejo árbol seco que estaba hueco por dentro y lo convirtió en su almacén. Comenzó a guardar allí todas las ramitas y maderas que podía, para que cuando fuera un adulto y necesitase armar su dique los materiales ya estuvieran disponibles y fueran suficientes.
Héctor todos los días se dedicaba a recoger algunas ramitas y maderas y guardarlas en su árbol. A veces eran muchas las que guardaba, otras eran menos. Pero Héctor era constante en su plan. Aunque fuera tan solo una ramita él guardaba todos los días un poco en su almacén.
El tiempo fue pasando y Héctor se convirtió en un castor adulto. Como la mayoría de los castores, quería formar su propia familia y para eso necesitaba su madriguera y su dique para protegerse.
Así que Héctor, acudió a su árbol-almacén y comenzó a coger las maderitas y ramas necesarias para construir su represa. En pocos días el trabajo estuvo terminado. Los materiales que Héctor tenía habían sido suficientes para armar un robusto dique e incluso habían sobrado.
O
tros castores se sorprendieron con la velocidad y facilidad que Héctor había armado su represa, pero ellos no sabían que él de pequeño había sido provisor y estaba listo para ese momento.
Héctor, además, nunca dejó de juntar ramitas y maderas. Incluso con su dique terminado, Héctor seguía juntando en su árbol más ramitas y maderas por si en el futuro necesitaba reparar su dique o tal vez construir otro.
Finalmente, Héctor formó su familia y tuvo sus cachorros. A ellos les enseñó a ser previsores como él había sido de pequeño y a ahorrar poco a poco sus materiales para que cuando llegase el momento estuvieran listos para construir sus propios diques y proteger sus hogares. De esta manera Héctor el castor provisor les dejó a sus pequeños una lección de valor incalculable.