El collar de perlas heladas
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El collar de perlas heladas

Edades:
A partir de 6 años
El collar de perlas heladas Era una tarde de invierno, de esas en las que el frío parecía colarse hasta en los rincones más cálidos. La pequeña Nina caminaba por la plaza del pueblo, envuelta en un abrigo viejo pero remendado con cuidado por su madre. Había salido a jugar con la nieve, pero algo brillante junto a la fuente congelada llamó su atención.

Allí, bajo una capa de escarcha, descansaba un collar hecho de perlas heladas que reflejaban la luz como pequeños rayos de sol atrapados. Con curiosidad, Nina lo recogió y, en cuanto sus dedos lo tocaron, una suave brisa acarició su mejilla.

—Nina —susurró una voz dulce y melodiosa—. Este es el collar de perlas heladas. Cada perla concede un deseo, pero solo durante el invierno. Úsalo sabiamente.

Nina miró a su alrededor, pero no vio a nadie. Con el corazón palpitando de emoción, se puso el collar y corrió a casa.

Esa noche, antes de dormir, lo intentó. Cerró los ojos y pidió algo sencillo: un pastel de chocolate, el que siempre veía en la vitrina de la panadería pero nunca podía probar. Cuando abrió los ojos, el pastel estaba allí, tan real que casi no podía creerlo.

—¡Funciona! —susurró, dando un saltito de alegría.

Al día siguiente, Nina pidió unas botas nuevas para no mojarse los pies en la nieve, y luego un juego de colores para dibujar. Cada deseo se cumplía al instante, y al principio, Nina pensó que nunca se cansaría de esa magia.

Pero, conforme pasaron los días, empezó a notar algo curioso. Cada vez que usaba un deseo para ella, sentía una chispa de alegría que se apagaba rápidamente. Sin embargo, cuando regalaba algo, como el abrigo que deseó para su vecino Nico o la caja de dulces para la señora Rosa, el calor en su pecho parecía durar más tiempo.

Fue entonces cuando decidió visitar a Dona Lilia, la anciana que regentaba la tienda de antigüedades del pueblo. Todos decían que sabía cosas mágicas.

—Dona Lilia, ¿conoce algo sobre este collar? —preguntó Nina, mostrando las perlas brillantes.

Dona Lilia sonrió al verlo.

—Ah, pequeña, ese es un collar especial. Pero su verdadera magia no está en conceder deseos, sino en lo que aprendes al usarlos. ¿Qué has deseado hasta ahora?

Nina le contó sus experiencias. La anciana asintió lentamente.

—La generosidad calienta más que cualquier abrigo, Nina. Y recuerda: el invierno no dura para siempre.

Las palabras de Dona Lilia quedaron grabadas en su corazón. Nina comenzó a usar los deseos solo para ayudar a los demás: juguetes para los niños del pueblo, comida caliente para los más necesitados y hasta una capa gruesa para el perro callejero que vivía en la plaza. Con cada acto de generosidad, el collar parecía brillar más intensamente.

Finalmente, llegó el último día del invierno. Una nevada suave caía sobre el pueblo, y Nina supo que ese sería su último deseo. Se sentó en el claro del bosque, donde los árboles estaban cubiertos de nieve como si fueran gigantes dormidos, y cerró los ojos.

El collar de perlas heladas—Deseo que todos en mi aldea tengan un invierno lleno de esperanza y felicidad —susurró, con el corazón lleno de amor.

Al abrir los ojos, el bosque parecía más brillante, como si la nieve cantara. Al regresar a la plaza, vio a los niños jugando con nuevos trineos, familias compartiendo risas, y luces cálidas iluminando cada ventana. El collar, en cambio, había desaparecido.

Dona Lilia apareció a su lado y le dio una palmadita en el hombro.

—El collar eligió bien, Nina. Pero no lo olvides: no necesitas magia para ser generosa.
Nina sonrió, sabiendo que tenía razón. Desde ese día, aunque el collar se había ido, el calor de su generosidad nunca dejó de iluminarla.

Y así, cada invierno se convirtió en una época de unión y alegría en el pueblo, porque Nina había aprendido la lección más importante: el verdadero regalo es compartir lo que tienes con los demás.
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