Había una vez una tienda llena de preciosas muñecas, tiernos peluches y divertidos juguetes de todo tipo. La tienda estaba siempre llena de gente, y los niños se peleaban por tener el mejor sitio para contemplar su espectacular escaparate lleno de juguetes, especialmente al Corazón Encantador, un corazón de peluche que se situaba en el centro de toda la escena representada por los juguetes. Aquel corazón atraía a niños y mayores, pero era la envidia de los demás juguetes, que querían ser también el centro de todas las miradas.
-¿Por qué no lo venderán de una vez? -decían las muñecas de trapo.
- Parece ser que el dueño no quiere deshacerse de él -respondieron una pareja de walkie-talkies-. Le tiene mucho aprecio.
-Le habrá embrujado con su mirada dulce y su sonrisa pícara -dijo el puzzle de la Bruja Piruja.
-Tendremos que hacer algo, compañeros, esto no puede seguir así -dijo una de las muñequitas de la casa de muñecas-. Nadie se fija en nosotros.
-¡Tenemos que deshacernos de él! -gritaron los soldaditos de plomo.
-¡Lo tiraremos a la calle! -se animaron los animales de plástico.
Y entre todos tiraron el corazón de peluche fuera del escaparate y después fuera de la tienda, con tan mala suerte que el pobre juguete cayó en el barro. Algunos niños que lo admiraban quisieron cogerlo cuando lo vieron, pero cuando se dieron cuenta de que estaba sucio lo ignoraron y no quisieron tocarlo. A así fue como el corazón de peluche acabó junto a unos contenedores de basura, camuflado por la suciedad.
Después de aquello, la tienda de juguetes cayó en desgracia, y nadie entraba a comprar nada. Ni siquiera los niños se paraban en su escaparate para contemplar las maravillas que se vendían en aquella tienda.
Unos días después, un niño encontró el corazón de peluche tirado en la calle. Al verlo tan estropeado no reconoció que era el peluche de la tienda de juguetes. De todos modos, se compadeció de él y se lo llevó a su casa, lo lavó, lo arregló y lo cuidó. Cuando el corazón quedó como nuevo salió a jugar con él.
Cuando pasó por la tienda de juguetes se dio cuenta de que algo pasaba. El escaparate estaba triste, como vacío, aunque realmente estaba lleno de juguetes. Tampoco había nadie dentro de la tienda, y eso que siempre estaba llena de gente.
De pronto se dio cuenta que faltaba el Corazón Encantador, aunque ni se imaginó que su corazón de peluche podría ser ese juguete que faltaba. De todos modos, escondió el corazón en su mochila y entró en la tienda.
-Hola, señor juguetero -dijo el niño-. ¿Qué ha pasado con el corazón de peluche del escaparate?
-Oh, querido niño He perdido mi bien más preciado. El Corazón Encantador ya no está. Lo he buscado por todos lados y no he podido encontrarlo.
- ¿Qué tenía de especial ese corazón? -preguntó el niño.
-El Corazón Encantador es un peluche mágico, un regalo del Hada de los Juguetes -dijo el buen hombre-. No sé cuál es su verdadero poder, pero desde que no está mi tienda es un lugar triste y frío.
El niño se compadeció del dueño de la tienda al verlo tan triste y sacó su corazón de peluche de la mochila.
-Tal vez pueda ayudarle-dijo el niño al dueño de la tienda mientras le ofrecía el juguete que él mismo había arreglado-.
-¿De dónde has sacado esto? -preguntó el señor al niño.
- Lo encontré en la calle hace unos días, sucio y estropeado -explicó el niño-. Lo he arreglado yo mismo.
El señor, conmovido por la bondad del muchacho, le ofreció todos los juguetes que quisiera si le devolvía al Corazón Encantador.
-No hace falta que me dé nada, señor. El Corazón Encantador es suyo. Yo he disfrutado mucho cuidando de él estos días, pero es justo que vuelva con su verdadero dueño.
-Bueno, tal vez podamos compartir el peluche, pequeño -dijo el dueño de la tienda-. Yo lo colocaré en su sitio y tú podrás venir a jugar con él siempre que quieras.
Al niño le pareció buena idea y,después de devolver el Corazón Encantador a su dueño, se marchó. La tienda recuperó su esplendor, los niños volvieron a amontonarse en su escaparate y la gente volvió a llenar la tienda.
Los juguetes envidiosos pidieron perdón al Corazón Encantador, que los perdonó si prometían no volver a hacer daño a otro juguete.
-Sabemos que nos hemos equivocado querido amigo y te pedimos perdón por ello -dijo un de soldadito de plomo - Nos necesitamos unos a otros, y no volveremos a hacerte daño a ti ni a ningún otro juguete.