Había una vez un osito llamado Oliver, un oso que vivía en una cueva en la cima de una colina. Oliver era un oso muy curioso y aventurero, pero tenía un gran miedo: el agua. A pesar de que vivía cerca de un río cristalino y tranquilo, nunca se había aventurado a nadar en él o a cruzarlo. Así que cada vez que tenía que ir más allá del río, Olive tenía que caminar más de tres horas para pasar a la otra orilla.
Un día, Oliver decidió visitar a su amiga Ana, que se había mudado al otro lado del río.
—Pasearé por la orilla, como siempre. Tendré que caminar mucho, pero echo mucho de menos a mi amiga, así que merece la pena.
Oliver se puso en camino. Pero cuando se acercó al río vio que la orilla había desaparecido. El río había crecido mucho, seguramente por las lluvias o el deshielo de las montañas, y bajaba con mucha fuerza, golpeando las rocas y haciendo mucho ruido.
Oliver temblaba de miedo.
—Tengo que ir a ver a Ana, quiero verla —dijo Oliver—. Ya está, me armaré de valor y cruzaré por aquí mismo, por donde cruzan siempre los demás. No puedo llegar hasta el puente de ninguna manera, así no me queda otro remedio.
Ya estaba a punto de meter un pie en el agua cuando apareció Cocopillo, un buen amigo de Oliver.
—¡¿Dónde vas?! Pero ¿no ves que el río baja muy fuerte? Te va a llevar la corriente, insensato.
—Ay, Cocopillo, qué miedo tengo —dijo Oliver.
—Normal —dijo Cocopillo—. ¿Has visto cómo viene el agua? Pero si hasta yo he salido del río del miedo que tengo. ¡Y es mi casa! ¿En qué estabas pensando?
—En ser valiente, por mi amiga Ana —dijo Oliver.
—¿A esto llamas tú ser valiente? —dijo Cocopillo—. ¡Esto se llama ser un inconsciente! ¡Temerario! ¡Imprudente! ¡Irresponsable! ¡Insensato!
—Esa última la has repetido, la dijiste antes —dijo Oliver.
—¡Sí! Mira que bien, parece que me escuchas —dijo Cocopillo.
—Es que no sé qué hacer —dijo Oliver—. La orilla está inundada.
—¡Pues vete por el bosque! —dijo Cocopillo.
—Por el bosque tardaré el doble y se me hará de noche—dijo Oliver.
—Está bien, amigo, vamos a buscar una solución —dijo Cocopillo—. Cruzar, no puedes. Ir por la orilla, no puedes. Ir por el bosque, tardas mucho. ¿Qué opción nos queda?
—No sé —dijo Oliver.
—Yo sí —dijo Cocopillo—. ¡No vayas! Espérate a mañana o a pasado mañana o el tiempo que haga falta.
—Pero Ana… —dijo Oliver.
—Ana puede esperar unos días más, pero si te metes ahí aparecerás en el mar —dijo Cocopillo—. Y eso sí que está lejos, amigo.
—Tienes razón, Cocopillo, esperaré —dijo Oliver.
—Yo mismo te ayudaré a cruzar cuando baje el río, si es lo que quieres —dijo Cocopillo.
—¿Te vienes conmigo a mi cueva y tomamos un chocolate caliente? —dijo Oliver.
—Es la mejor idea que has tenido hoy, Oliver —dijo Cocopillo.
Ahora que Oliver sabe que ser valiente y ser prudente no son opuestos, y que tiene que pensar bien las cosas antes de tomar decisiones importantes. Y que cuando no sepa qué hacer, siempre puede contar con sus amigos para que le echen una mano y le digan las cosas claras.