Era una mañana soleada en Londres, y Tommy se asomaba a la ventana como lo hacía todos los días. Desde ahí, podía ver las calles grises y vacías, pero ese día algo era diferente. Al principio, no entendía qué estaba pasando, pero entonces lo escuchó. El sonido de las campanas comenzó a llenar el aire. ¡Ding, dong, ding, dong! Era un sonido tan fuerte y alegre que vibraba en sus oídos.
—¡Mamá, mamá! —gritó Tommy, corriendo hacia la cocina—. ¡Las campanas están sonando! ¡Algo bueno tiene que estar pasando!
Su madre, con una gran sonrisa, lo abrazó fuerte. Sus ojos brillaban de emoción y un poco de lágrimas.
—Tommy, la guerra ha terminado —le dijo, con la voz temblorosa—. ¡Hoy es el Día de la Victoria!
Tommy no entendía del todo lo que eso significaba, pero sabía una cosa: su papá, que había estado luchando en la guerra, podría volver a casa. ¡Y eso lo llenaba de felicidad!
Mientras tanto, en París, una niña llamada Marie escuchaba también el repique de las campanas. Ella vivía con su abuela, porque su mamá, Sophie, había estado trabajando como enfermera en el frente. Marie corrió al balcón y vio cómo la ciudad, que había estado tan triste y callada, comenzaba a llenarse de vida. Las personas salían a las calles, ondeando banderas de colores y abrazándose unos a otros.
—¡Es el fin de la guerra, abuela! —dijo Marie, dando saltitos de emoción—. ¿Crees que mamá vendrá pronto?
Su abuela le sonrió, acariciándole el pelo—. Lo creo, querida. Ahora el mundo podrá sanar.
En Londres, Tommy y su madre salieron a las calles. La señora Green, su vecina, estaba allí también, abrazando a todo el que pasaba. Las casas estaban decoradas con banderas, y la gente cantaba y reía. Tommy miraba a todos lados, buscando una cara conocida.
—¿Cuándo vendrá papá? —preguntó a su mamá, que lo miraba con ternura.
—No lo sé, cariño, pero estoy segura de que vendrá —respondió ella, aunque en su corazón también había un poquito de miedo.
Pasaron las horas, y aunque Tommy disfrutaba viendo los fuegos artificiales que iluminaban el cielo, no podía dejar de pensar en su papá. ¿Y si no volvía?
En París, Marie también observaba a la gente celebrar. Se preguntaba lo mismo. Las personas que volvían del frente eran recibidas con abrazos, risas y lágrimas de alegría. Pero ella solo quería ver a su mamá.
Al caer la tarde en Londres, Tommy ya estaba cansado. De repente, su madre, que había estado mirando entre la multitud, soltó un grito de sorpresa.
—¡Tommy, mira!
Tommy levantó la vista y vio una figura acercarse. Al principio no estaba seguro, pero cuando vio ese uniforme que tanto conocía y la sonrisa de su papá, no pudo contenerse.
—¡Papá! —gritó, corriendo a sus brazos.
S
u papá lo levantó en el aire, y Tommy sintió que el mundo entero volvía a estar en su lugar.
—Te prometí que volvería, ¿verdad? —le dijo su papá, con una sonrisa cansada pero feliz.
Lo mismo ocurría en París, cuando Marie, de repente, vio a su mamá entre la multitud. Estaba más delgada y tenía ojeras, pero su sonrisa lo decía todo.
—¡Mamá! —gritó Marie, corriendo hacia ella.
Sophie se arrodilló para abrazarla fuerte, sin dejarla ir ni un segundo.
—Ya estoy aquí, Marie —susurró Sophie—. La guerra ha terminado, y ahora estaré contigo.
Esa noche, tanto en Londres como en París, las estrellas brillaban más que nunca. Las campanas seguían sonando en la distancia, pero ahora el corazón de Tommy y de Marie estaba lleno de paz. La guerra había terminado, y el mundo, aunque herido, comenzaba a sanar. Lo más importante de todo era que las familias, como la de Tommy y Marie, estaban juntas de nuevo.