Había una vez un campesino que se enamoró de una princesa. Todo el mundo se reía de él, pero al muchacho le daba lo mismo.
El campesino iba todos los días al palacio a llevar frutas y verduras. Eso le permitía ver a la princesa todos los días.
A oídos de la princesa llegó la noticia del amor que el campesino sentía por ella. Y así supo la chica que su amor era correspondido, pues ella también se había enamorado de él, hacía mucho tiempo.
Cuando el rey se enteró de que su hija bebía los vientos por un chico como ese se enfadó mucho y mandó encerrar a la princesa en una torre.
—Estarás aquí hasta que se te pase la tontería —le dijo—. Y para que te resulte más fácil he pedido a la bruja que convierta a ese muchacho en un dragón.
—Vendrá volando a buscarme —dijo la princesa.
—No puedo, porque la bruja le ha cortado las alas —dijo el rey.
—Pues quemará la puerta y podré salir —dijo la princesa.
—Imposible, porque la bruja le ha apagado el fuego de la garganta —dijo el rey.
Y así fue como la princesa acabó encerrada en una torre y el campesino convertido en un dragón.
Todos los días el dragón iba a la torre y le llevaba a la princesa flores. Como no se las podía dar las dejaba debajo de su ventana. La princesa las miraba desde lo alto mientras lloraba. Y con sus lágrimas alimentaba las flores, que se agarraban a la tierra y crecían un poco cada día. Y cuantas más flores llevaba el dragón más crecía la planta de flores.
Las flores crecieron tanto que llegaron a la ventana de la princesa.
—Treparé por la planta y te rescataré —dijo el dragón.
—No hace falta; bajo yo sola —dijo la princesa.
—¿Y si te caes? —dijo el dragón.
—¿Y si te caes tú? —dijo el dragón.
La princesa bajó poco a poco por la planta hasta que llegó al suelo.
—¿Nos escapamos? —dijo el dragón.
—Ni hablar —dijo la princesa—. Vamos a ver al rey, mi padre. Si no te acepta, nos iremos. Pero no pienso huir.
La princesa y el dragón fueron al palacio a ver al rey. Cuando este los vio exclamó:
—¡Imposible! La bruja me aseguró que no podrías salir de la torre. La puerta está hechizada.
—He salido por la ventana —dijo la princesa.
—¡Imposible! —gritó el rey.
—He venido a decirte que si no estás dispuesta a aceptarme tal y como soy me iré —dijo la princesa.
—Pero tu amado ahora es un dragón y el hechizo no se puede deshacer —dijo el rey.
—Eso no me importa —dijo la princesa.
—Pensé que el campesino era un capricho, que se te pasaría —dijo el rey.
—Pues no se me ha pasado, todo lo contrario —dijo la princesa.
Al rey no le quedó más remedio que aceptar la decisión de su hija. Desde entonces la princesa y el dragón no se separaron jamás, y se cuidaron el uno al otro, sin importarles la opinión de los demás.