Érase una vez un duendecillo diminuto llamado Glin que siempre andaba haciendo travesuras. Como era tan pequeñito, podía esconderse fácilmente y chinchar a todos cuando no se daban cuenta.
De todas las travesuras, a Glin la que más le gustaba era una: ¡quitarles a los niños todas sus chucherías y chocolatinas!
Se colaba en sus casas, en sus habitaciones y en las escuelas y todos los días se comía todas las chucherías y chocolatinas que podía. Comía tantas, que por las noches tenía siempre la panza tan gorda y grande como la de un elefante.
Un día, descubrió que en un casa vivía una familia con cinco hijos. Todos eran muy golosos y por las tardes siempre comían chucherías. Además su mamá siempre les preparaba postres riquísimos y tartas de chocolate.
Glin los observaba por la ventana y se le caía la baba sólo de pensar en comerse todos aquellos pasteles y dulces. Un día ya no aguantó más y entró en la casa directo a la cocina. Se comió todo lo que la mamá tenía preparado y llenó varias bolsas con las chuches de los niños.
Al día siguiente, Glin volvió a la casa y, ni corto ni perezoso, entró de nuevo para ponerse las botas comiendo ricas tartas y golosinas.
- ¡Mmm, qué rico está todo! ¡No va a quedar nada!
Pasaba un día y otro y Glin iba cada tarde a inflarse a comer, hasta que ocurrió algo inesperado. Glin miró por la ventana y se dio cuenta de que ¡había un nuevo miembro en la familia! Era un gato muy grande, con mucho pelo y una cola muy grande. Jugaba con los niños, paseaba tranquilo por la casa y pasaba mucho tiempo en la cocina observando a la madre mientras cocinaba.
Cuando por fin se echó a dormir un poco, Glin aprovechó para entrar en la casa y darse el banquete de todos los días. Fue muy despacito hasta la cocina y empezó a comer tarta y chocolate, pero, de repente, oyó una voz que dijo:
- ¿Quién eres tú y qué haces en mi casa comiéndote todas las tartas?
Glin se asustó y, sin decir nada, cogió todas las golosinas que pudo y echó a correr. Corrió y corrió hasta que por fin llegó a un escondite donde pudo refugiarse.
Al día siguiente, Glin tenía muchas ganas de comer las ricas tartas que había en esa casa así que fue a ver si el gato estaba distraído.
Cuando llegó, miró por la ventana y vio que no había nadie así que entró tranquilamente a comérselo todo.
Pero, una vez más, el gato lo pilló con las manos en la masa
- ¡Te pillé! ¡Y esta vez no te libras! – dijo el gato, mientras se abalanzaba encima de Glin
- ¡Suéltame gato! ¡Suéltame ahora mismo!
Glin no consiguió escapar y, cuando se quiso dar cuenta, estaba metido en una jaula de la que no podía salir.
- ¡Te quedarás aquí hasta que aprendas que no puedes quitar a todos los niños sus golosinas y pasteles! ¡No pienso dejarte marchar hasta que aprendas la lección! – le dijo el gato
- ¿Ah sí? ¡Pues no pienso dejar de comer lo que me dé la gana!
- En ese caso te quedarás ahí encerrado hasta que entiendas que lo que has hecho está mal.
Pasaron los días y Glin empezó a tener mucho hambre. Cada vez estaba más aburrido y triste y veía como todos comían felizmente pasteles y golosinas. Se acordó de todos los niños a los que había dejado sin chucherías, ni pasteles, ni tartas y se dio cuenta de que había sido muy egoísta.
Una tarde, llamó al gato y le dijo:
- Llevabas razón. Me he portado muy mal con todos esos niños a los que quité sus golosinas y dulces. Seguro que tenían muchas ganas de comerse todo y yo preferí quitárselo y comérmelo yo. Nunca más se los quitaré a los niños.
El gato, muy sorprendido, dejó salir a Glin y, desde entonces, todas las tardes va a visitarlo para comer un trozo de tarta juntos.[egoismo, avaricia]