Paco era un escarabajo, pero no de los que podía nadar. Y ese era precisamente su mayor sueño. Menos en las zonas árticas, los escarabajos vivían en todos los lugares de la Tierra. En los bosques más frondosos, en los desiertos y en las montañas. No resistían el agua salada, pero sí el agua dulce.
Paco era un coleóptero más y su antepasado más antiguo había vivido hace 270 millones de años. Tenía su foto colgada en el salón. En el pueblo de Paco había escarabajos de todos los tamaños. Los había diminutos, de solo un milímetro, pero también muy grandes, de más de 10 centímetros.
Paco era de los medianos y vivía en troncos de madera podrida y en sitios en descomposición, sus favoritos. No todos los escarabajos podían volar. Unos eran alados y otros terrestres. Paco era de los primeros, pero él lo que quería era nadar.
Por las noches, dejaba su mente volar y se trasladaba a arroyos y riachuelos en los que chapoteaba feliz e incluso buceaba. Cuando se despertaba, se daba cuenta de que todo había sido un sueño y de que nunca sería un escarabajo acuático como sus primos, los de la charca vecina. Ellos podían respirar bajo el agua y nadar y por eso eran muy especiales dentro de su especie.
Paco les tenía mucha envidia y se acercaba siempre a espiarlos escondido detrás de unas hojas. Un día, convocaron una competición de natación. El escarabajo Paco se armó de valor y se acercó hasta la mesa de inscripciones esperando que le dejasen participar. No fue así y no pudo ponerse más triste.
—Tú no eres un escarabajo acuático, vete a molestar a otra parte— le cortó tajante otro escarabajo que estaba anotando los nombres de los concursantes.
—Pero…. yo….. por favor….— balbuceó Paco.
—¡Quítate de la fila! Hay verdaderos escarabajos nadadores esperando— le gritó el otro escarabajo.
Paco se fue a casa, pero sin darse por vencido. Por las noches, se iba a la charca a practicar. Un día casi se ahoga, pero todo quedó en un susto. Empezó a desarrollar patas fuertes de nadador.
Cuando se creyó preparado, fue a comprarse la equipación. Un diminuto gorro y una chancla para cada una de sus patas. Al verle tan fornido, ningún juez del concurso pensó que Paco no era un escarabajo acuático así que le dejaron participar.
P
aco no ganó, pero, al menos, pudo disfrutar de una tarde entretenida y cumplir su sueño de ser un verdadero nadador.
Los meses siguientes, Paco siguió practicando a escondidas en la charca. Hasta que un día uno de los jueces del concurso le descubrió. Lejos de recriminarle que se hubiese hecho pasar por un escarabajo acuático, le felicitó por persistir. Le contó que él, cuando era joven, había querido ser un escarabajo volador para moverse más rápido a los sitios. Sin embargo, para él hubiera sido imposible el cambio.
—Yo no puedo hacer que me crezcan alas, pero tú sí puedes nadar, Paco— le animó aquel escarabajo anciano antes de perderse en la frondosidad del bosque.
Paco se grabó esas palabras a fuego en su memoria y ya nunca más se escondió nada nadar en la charca.