Había una vez un ladrón que tenía a toda la ciudad en guardia. Este ladrón solo robaba una cosa: azúcar. Pero lo robaba todo. Cada paquete de azúcar que llegaba a la ciudad desaparecía.
Nadie sabía cómo se las ingeniaba el ladrón para localizar y robar el azúcar. Y por eso no la policía no sabía por dónde empezar.
Adela la pastelera era una de las personas más perjudicadas. Porque, aunque podía usar otros ingredientes para sustituir el azúcar, estos eran más caros y no a todo el mundo le gustaba el resultado.
Un día, Adela la pastelera tuvo una idea. Con esa idea en mente fue a ver a la policía.
-Hagamos un concurso de pasteles, seguro que no puede resistirse a participar.
-Y eso, ¿cómo nos ayudará a cazar al ladrón? -preguntó el jefe de policía.
-Mandaremos traer un camión de azúcar para el concurso -dijo Adela-, un camión que seguro robará el ladrón. Pero en vez de azúcar el camión traerá sal. Como se verán sin azúcar, los concursantes tendrás que usar miel u otro ingrediente en sus recetas.
-Y cuando probemos el pastel salado habremos cazado al ladrón -dijo el jefe de policía.
-
Excelente idea -dijo el jefe de policía, que enseguida se puso manos a la obra.
Se anunció el concurso y la llegada del camión de azúcar. Como se esperaba, el ladrón robó el camión y usó lo que creía que era azúcar para hacer un impresionante pastel. Al primer bocado el jurado se levantó y señaló al autor.
El ladrón fue llevado a la cárcel y obligado a devolver todo el azúcar que había robado.