Amadeo, el profesor de matemáticas, llevaba todos los días al cole un buen tazón de uvas para tomar a media mañana. Todos los niños lo sabían y muchos seguían su ejemplo.
Pero un día, las uvas de Amadeo empezaron a desaparecer. Un día tras otro, las uvas de Amadeo desaparecían. Daba igual dónde las guardara, porque las uvas nunca estaban allí cuando Amadeo iba a cogerlas.
-¿Quién me robará las uvas? -se preguntaba Amadeo.
Amadeo probó a esconderlas en diferentes sitios, pero daba lo mismo. Las uvas siempre desaparecían.
-Creo que como broma ya está bien -pensó Amadeo-. Tengo que ponerle fin a esto de una vez.
Amadeo había sido policía antes de convertirse en profesor. Así que decidió poner en práctica sus dotes detectivescas para encontrar al ladrón.
-Tal vez debería inyectar algún laxante a las uvas -pensó Amadeo-. Aunque creo que eso es demasiado. No, no creo que sea buena idea provocar una diarrea al ladrón.
Amadeo siguió pensando.
-Tal vez debería colocar un dispositivo GPS en las uvas. No, eso no parece muy viable.
Amadeo empezaba a ponerse nervioso. Ninguna idea parecía buena.
-¡Ya sé! -exclamó Amadeo en voz alta-. Pondré una bolsa de colorante con las uvas para que explote en cuanto el ladrón meta la mano.
Y eso hizo. Al día siguiente, dejó las uvas y se fue a dar clase. ¡Cuál fue su sorpresa cuando se encontró al director del colegio manchado de verde hasta las orejas intentando quitarse de encima la prueba del delito en el lavabo!