A Don Avelino le dolía el pecho. Le dolía al respirar, le dolía al comer, le dolía al cantar, le dolía al andar. Si estaba quieto le dolía y si hacía algo también.
Los médicos no sabían por qué le dolía a Don Avelino justo ahí. Unos decían que era el corazón, otros que era del pulmón, otros que se lo inventaba. Pero era verdad. A Don Avelino le dolía mucho y nadie sabía por qué.
Como era tan grande el dolor que sentía, Don Avelino dejó de ir a trabajar y dejó de salir a pasear. Pero eso no sirvió de nada, porque el dolor seguía ahí, y cada vez era peor.
Harto de tanto sufrir, Don Avelino publicó un anuncio en el periódico local prometiendo que nombraría heredera de toda su fortuna a la persona que consiguiera averiguar por qué le dolía tanto el pecho y quitarle ese dolor.
La noticia llegó a todos los rincones del país y muchos fueron los que se acercaron, porque Don Avelino era muy rico.
Médicos, curanderos, brujos, adivinos, incluso detectives y cazarrecompensas pasaron a ver a Don Avelino, pero ninguno dio con la raíz de sus males. Pero el tiempo pasaba y el mal de Don Avelino solo aumentaba.
Un día llamó a la puerta de Don Avelino un muchacho con muy mala pinta.
-¿Qué quieres, rata callejera? -le dijo Don Avelino.
-¿Podría ayudarme? -le dijo el muchacho-. No tengo a dónde ir. Estoy solo en el mundo -dijo el muchacho.
Pero Don Avelino le cerró la puerta en las narices.
Al día siguiente, el cartero llamó a la puerta de Don Avelino.
-¿Tú también vienes a probar suerte, carterucho? -le dijo Don Avelino al cartero.
-¿A qué viene eso? -dijo el cartero-. Solo vengo a hacer mi trabajo.
-¿A mi casa? -preguntó Don Avelino-. ¿Cuándo has venido tú a mi casa a trabajar? Si hay alguien que no te ha dado nunca trabajo en los últimos diez años en este miserable pueblo ese soy yo.
-Entonces, ¿devuelvo la carta que te traigo indicando que la dirección es incorrecta o como que la rehúsas? -dijo el cartero.
-¿Carta? ¿Has dicho que traes una carta? ¿Para mí? -preguntó Don Avelino.
-Aquí la tiene -dijo el cartero mientras le daba un sobre.
-No tiene remite -dijo Don Avelino.
-Tal vez sea de algún cazafortunas de esos que tanto se interesan por usted. Que tenga buen día -dijo el cartero mientras se iba.
Don Avelino abrió el sobre. Pero dentro no había nada. Muy enfadado salió a buscar al cartero. Cuando lo encontró le dijo:
-Aquí no hay nada. ¡Qué clase de broma es esta!
-Es usted un gruñón y un desagradable -le dijo el cartero-. No tengo ni idea de lo que me dice. Yo solo hacía mi trabajo. Seguro que es una broma, porque ¿quién iba a escribir a un tipo como usted?
Don Avelino volvió a casa. Mientras regresaba se dio cuenta de que se había preocupado tanto de sí mismo que no tenía nadie de quien ocuparse y que ninguna de las personas que le habían visitado en los últimos años sentía ningún afecto por él.
Pensando en esto estaba cuando vio al chico andrajoso acurrucado junto a un árbol.
- ¿Todavía quieres que te ayude? -le dijo Don Avelino.
Don Avelino invitó al joven a entrar en su casa, le preparó una sopa caliente y habló con él durante horas.
-Creo que ya tengo heredero, muchacho -dijo Don Avelino-. Ya no me duele el pecho. Parece que la soledad y el egoísmo eran los causantes de mis males. Tu carta en blanco ha surtido efecto.
Así fue como Don Avelino consiguió deshacerse de su misterioso dolor y como el joven huerfanito encontró un hogar.