Había una vez un inventor, llamado Antonio, que tenía una fábrica de velas.
Por aquella época la gente se comunicaba por carta. Cuando necesitaban enviar un mensaje urgente, ibana la oficina a enviar un telegrama. Para ello usaban un invento llamado telégrafo, que transmitía unas señales eléctricas usando un código especial llamado "código morse" que parecían puntitos y rayas.
Un día, la esposa de Antonio se puso muy enferma. Antonio no quería dejar sola a su mujer, pero tenía que ir trabajar a su fábrica. Así que se pasó días pensando en cómo solucionar su problema. Él quería estar comunicado con su esposa, pero no podía estar fuera de la fábrica todo el día.
Un día, Antonio recibió un telegrama. Fue entonces cuando se le encendió la bombilla. Si su mujer pudiera mandarle un telegrama desde su casa usando el código morse, siempre estarían conectados. Pero había un problema: su mujer no sabía morse y estaba muy enferma como para aprenderlo en ese momento.
Antonio se pasó días dándole vueltas a la idea, hasta que otra bombilla se encendió en su cabeza. ¡No puedo esperar más! -dijo- y fue corriendo a contárselo a su mujer.
- Querida, he tenido una gran idea -dijo Antonio-. Voy a crear para ti el primer telégrafo parlante.
- ¿Qué? -dijo la mujer, un poco extrañada.
- No tendremos que aprender morse. Crearé un telégrafo que hable. En vez de escribir en ese código raro que es el morse, podrás hablar directamente al aparato y yo recibiré tu mensaje.
Antonio trabajó durante semanas en su invento, hasta finalmente lo consiguió.
Esto podría cambiar la historia -pensó satisfecho-. Y me hará muy rico. Tendré que patentarlo, para que nadie utilice mi idea sin pagar por ello.
El problema es que Antonio no tenía dinero suficiente para patentarlo, así que fue a visitar a una empresa. Los empresarios le dijeron que no le veían futuro a esa absurda idea de un telégrafo parlante, al que Antonio llamaba teletrófono.
Antonio intentó conseguir ayuda económica para patentar su invento, pero antes de conseguirlo, un tal Alejandro, se le adelantó y se atribuyó el mérito de haber inventado el telégrafo parlante.
Finalmente, ese tal Alejandro, de apellido Graham Bell, fue denunciado y, aunque no llegó a pagar por su delito, muchos años después, el mundo reconoció a Antonio Meucci como el verdadero inventor del telégrafo parlante, un aparato que ahora conocemos como teléfono y que ha cambiado el rumbo de la historia.