Hace mucho tiempo, el gobernador de una isla llamada Kumpeana decidió organizar un concurso de piratas. La noticia recorrió el mundo entero y animó a decenas de piratas de todas partes del globo a viajar a Kumpeana para participar en aquel curioso certamen.
Hasta la isla de Kumpeana llegaron grandes barcos piratas, con cascos relucientes recién pintados, velas recién estrenadas y banderas amenazantes que anunciaban que allí viajaban temibles piratas.
Había piratas con sus mejores galas, con parches en un ojo, con patas de palo, con garfios en vez de manos, con el cuerpo lleno de tatuajes y cicatrices, y barbas de todos los colores tamaños. Con enormes espadas y risas grotescas.
Y luego estaba el pirata Barbacalva. Cuando el pirata Barbacalva llegó al puerto de la isla de Kumpeana se convirtió en el hazmerreír de todos los que allí estaban, con su pequeño barco que parecía a punto de hundirse, con sus velas sucias y remendadas y una bandera que en vez de miedo daba risa eran la comidilla de toda la isla.
Pero la guasa no acababa ahí. Todos se reían de Barbacalva porque llevaba la cara afeitada. Pero eso de llevar barba al pirata Barbacalva no le gustaba nada, así que no la llevaba. También se reían porque llevaba ropa de marinero, pero a él le gustaba ir así, porque estaba más cómodo.
—No os reiréis tanto cuando luchéis contra mí —gritó el pirata Barbacalva con su voz aterciopelada.
Esto provocó una enorme carcajada en todos los que lo escucharon.
—De aquí saldrás con la pata de palo, el garfio y el parche que no tienes —dijo el gobernador.
—Vete a tu casa, que esto es un espectáculo de lucha, no un circo —dijo el tabernero.
—Mañana os daré vuestro merecido —dijo el pirata Barbacalva.
Las burlas se sucedieron durante días, hasta que llegó el momento de la competición. El gobernador había organizado una gran cantidad de pruebas para encontrar al mejor pirata.
Hubo carreras de barcos, pruebas de habilidad en el mar y competiciones en tierra para ver quién era más rápido, más fuerte y más audaz. Los que no superaron las pruebas fueron eliminados. El pirata Barbacalva las superó todas, ante la sorpresa de todos.
—No podrás con la prueba final —le decían todos los piratas, al ver que a Barbacalva todo se le daba bien.
Y llegó la prueba final: pelea cuerpo a cuerpo, con libertad para usar las armas que cada uno quisiera, todos contra todos. Barbacalva no cogió ningún arma y se colocó en el centro, donde todos podían verle.
Todos se reían al ver a aquel pirata con pinta de pescador ante todos sus adversarios. Uno de ellos gritó:
—¡A por Barbacalva!
Todos se tiraron hacia él. Pero Barbacalva se escabulló hábilmente entre sus piernas y se subió a un árbol. Desde allí pudo contemplar cómo los demás se peleaban. Cuando solo quedó uno, Barbacalva bajó del árbol.
—¿Qué? —dijo el único pirata que había quedado de pie tras la pelea.
Barbacalva aprovechó su sorpresa para hacerle una llave de artes marciales, tirarlo al suelo y atarle las manos usando el cinturón que llevaba a la cintura.
Y así fue como el pirata Barbacalva fue reconocido como el mejor pirata de todos los tiempos.