Todo el mundo conocía al profesor Tuercas. El profesor Tuercas era famoso por crear robots sorprendentes que ayudaban a la gente en todo tipo de tareas. En cuanto le contabas el problema que tenías, el profesor Tuercas diseñaba un robot que lo solucionaba.
El profesor Tuercas tenía un robot. Lo llamó Esmailibot. Le puso ese nombre porque lo único que sabía hacer era sonreír.
—¿Para qué quieres un robot que no hace nada? —le preguntaba la gente.
—No necesito que haga nada, ya me arreglo yo solo —decía el profesor Tuercas—. Lo único que me hace falta es verle sonreír.
Tras oír esto, la gente se iba de su taller pensado “Este tipo está pirado”, o “Definitivamente, se la ha ido la cabeza”.
Era completamente cierto. Lo único que sabía hacer Esmailibot era sonreír y alegrar el ambiente.
Para que no se aburriera, el profesor Tuercas mandaba a su robot a pasear por la ciudad. A todo el mundo le encanta encontrarse con él porque, aunque no supiera hacer nada, Esmailibot siempre les alegraba el día.
Un día, mientras Esmailibot y el profesor Tuercas estaban en el laboratorio, un mensaje llegó a través de la pantalla holográfica. Era una invitación a un concurso de habilidades para robots.
Esmailibot saltó de alegría y dijo:
—¡Profesor Tuercas, quiero participar en ese concurso! Quiero demostrar lo especial que soy.
El profesor Tuercas miró a Esmailibot y le sonrió con ternura.
—Esmailibot, tú ya eres especial, aunque no sepas hacer nada —dijo el profesor Tuercas.
—Porfa, porfa —dijo Esmailibot, con la más encantadora e irresistible de sus sonrisas.
—Vale, lo haremos juntos —dijo el profesor Tuercas—. Trabajaremos en nuevas habilidades y para que puedas participar en el concurso.
Esmailibot se puso muy contento y empezó a dar vueltas y a sacar luces de colores.
Ese mismo día, empezaron su entrenamiento. El profesor Tuercas enseñó a Esmailibot a moverse rápidamente, a saltar alturas increíbles y a solucionar problemas complicados. Esmailibot practicaba todos los días. No lo hacía demasiado bien, pero cada día lo hacía un poco mejor.
Cuando llegó el día del concurso, el profesor Tuercas se puso muy nervioso.
—Tranquilo, profesor, lo haré lo mejor que pueda y le demostraré a todos que sirvo para algo.
En el concurso había cientos de robots. Esmailibot les sonreía a todos, les saludaba y les deseaba buena. Ninguna le devolvía la sonrisa ni le contestaba, pero él seguía a lo suyo.
Todo iba bien, hasta que le llegó el turno a Esmailibot.
—Voy —dijo el robot.
Pero no fue. No pudo. De repente, se le bloquearon los circuitos. No se podía mover. Pensando en su fracaso, Esmailibot perdió hasta la sonrisa.
—Ah, no, eso sí que no —dijo alguien desde el público.
—¡Ánimo, Esmailibot, tú puedes! —se oyó decir a un niño.
—¡Vamos, Esmailibot, eres el mejor! —gritó una niña.
Y así, poco a poco, el público empezó a animar a Esmailibot.
El resto de robots no entendía nada. Algunos, los que estaban especializados en animar a los humanos, se acercaron a su compañero y le dieron ánimos a él.
—Venga, maquinón, demuestra de qué estás hecho —dijo un robot.
Pero el profesor Tuercas el que dio en el clavo.
—Da igual si no puedes hacer nada, al menos sal ahí y sonríe.
Y eso fue lo que hizo: salió y sonrió.
El público se puso a gritar como loco.
—Esmaili-bot, Esmaili-bot —gritaban a coro.
Los ánimos que recibió surtieron efecto y empezó a hacer las acrobacias y a enfrentarse a las pruebas del concurso.
El público siguió aclamándolo, incluso cuando hacía algo mal o se tropezaba. Hasta los demás robots le animaban.
Gracias a eso, Esmailibot no perdió la sonrisa en ningún momento.
Llegó el momento de publicar la clasificación. La puntuación de Esmailibot no sorprendió a nadie: quedó el último.
A la hora de entregar los premios, el presidente del jurado se levantó y dijo:
—Por unanimidad hemos decidido entregar un premio excepcional al robot más tenaz y, sobre todo, más alegre de todos. Esmailibot, lo has hecho fatal, pero lo has hecho, a pesar de todo. Y sin perder la sonrisa en ningún momento. Por eso te damos el premio al robot más alegre y también al más perseverante.
—¿Qué significa ser perseverante? —le preguntó Esmailibot al profesor Tuercas.
—Ser perseverante significa no rendirse y seguir intentando algo incluso cuando es difícil, lo que has hecho tú hoy aquí —dijo el Profesor Tuercas.
Esmailibot recogió su premio entre vítores y aplausos, que agradeció con una gran sonrisa que se contagió a todos, incluso a los robots.
—Sabes, Esmailibot, eso de que no sabes hacer nada es mentira —dijo el profesor Tuercas.
—Ahora ya sé saltar, resolver problemas y hacer cosas y muchas cosas más, aunque no lo haga muy bien —dijo Esmailibot.
—No, tú ya sabías hacer algo antes, algo que ningún robot puede hacer y que muy pocas personas logran —dijo el profesor Tuercas.
—¿Qué es? —preguntó el robot.
—Sabes hacer a la gente feliz. Y esa es la mejor habilidad de todas.