
En un rincón del huerto más colorido del mundo, vivÃa Tomasa, una tomatera pequeña, pero llena de curiosidad. Siempre le gustaba preguntar a las mariposas, a los gusanos y hasta al espantapájaros sobre el mundo que habÃa más allá del campo.
—¿Qué ocurre después de que me recojan los tomates? —preguntaba con frecuencia.
Un dÃa, mientras Tomasa hablaba con el viento, escuchó una risa suave detrás de un grupo de espigas doradas. Era Alicia, una semilla de trigo que acababa de despertar.
—Yo tampoco lo sé —admitió Alicia, moviendo una de sus hojitas verdes—. ¡Tal vez deberÃamos averiguarlo!
—¿Y cómo lo haremos? —preguntó Tomasa con los ojos llenos de emoción.
De repente, una voz profunda interrumpió su charla:
—Puedo ayudaros.
Era Moli, el molinero mágico, que habÃa llegado al campo con su carrito de ruedas chirriantes.
—¿De verdad? —exclamaron Tomasa y Alicia al unÃsono.
—Claro, subid al carro. Vamos a hacer un viaje por el mundo de los alimentos —dijo Moli con una sonrisa bajo su gran sombrero de paja.
Moli condujo el carro hasta un molino lleno de engranajes que giraban como por arte de magia. Cuando llegaron, Alicia vio cómo sus amigos, los granos de trigo, se convertÃan en harina al pasar por enormes piedras que giraban y giraban.
—¡Asà que de aquà sale el pan que tanto les gusta a los niños! —exclamó Alicia, asombrada.
Moli les explicó que el trigo necesita ser cultivado, cosechado y luego molido para convertirse en harina. Luego, esa harina viaja hasta los panaderos, que la convierten en deliciosos panes y pasteles.
Después de aprender el pan, el grupo se dirigió a una granja cercana. Allà conocieron a Leire, una vaca amable con manchas blancas y negras.
—¡Muuuu! —saludó Leire alegremente—. ¿Os interesa saber de dónde viene la leche?
Tomasa y Alicia asintieron, fascinadas. Leire les mostró cómo las vacas producen leche que luego se lleva a una fábrica. AllÃ, la leche se convierte en queso, yogures y otros alimentos deliciosos.
—Es un trabajo muy importante —dijo Leire—, pero también requiere mucho cuidado y amor.
Para terminar, Moli llevó a sus amigos a un bullicioso mercado en la ciudad. AllÃ, Tomasa vio cestas llenas de tomates, panes recién horneados y botellas de leche. Todo parecÃa tan vivo y alegre... pero al mirar más de cerca, notó algo extraño.
—¡Los alimentos están tristes! —dijo Tomasa, señalando un tomate que parecÃa apagado.
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€”Es porque los niños no valoran todo el esfuerzo que lleva producirlos —explicó Moli con un suspiro—. Olvidan agradecer a los agricultores, a los panaderos, a las vacas...
Tomasa, Alicia y Leire se miraron, decididas a hacer algo al respecto. Se acercaron a un grupo de niños y les contaron todo lo que habÃan aprendido en su viaje. Hablaron de los campos, los molinos y las granjas.
—Cada vez que comáis un bocadillo, recordad que detrás de él hay muchas manos trabajadoras —dijo Leire con ternura.
—Y que cada alimento merece ser valorado —añadió Alicia.
Al volver al huerto, ocurrió algo mágico. Los tomates de Tomasa brillaban más que nunca, las espigas de Alicia bailaban con el viento y el mugido de Leire era más alegre que antes.
Los alimentos en el mercado también recuperaron su brillo, y los niños comenzaron a agradecer y valorar cada comida.
Desde ese dÃa, Tomasa, Alicia y Leire siguieron contando su historia a quien quisiera escucharla, enseñando que, detrás de cada alimento, hay un mundo lleno de magia, esfuerzo y amor.