Luminella era una niña con una gran imaginación que se pasaba el día inventado historias. Pero eso solo pasaba de día, porque en cuanto caía la noche, Luminella se escondía en su habitación y no salía hasta que amanecía.
Luminella tenía tres inseparables amigos en Arcoíris: Brisa, una mariposa parlanchina con una fuera increíble; Firu, el zorro muy astuto capaz de resolver cualquier misterio, y Pincel, un camaleón pintor que podía pintar cualquier cosa. Juntos, disfrutaban de risas y aventuras en su lugar preferido, el Bosque Encantado de la Noche.
Un día, mientras jugaban, encontraron un mapa que indicaba el camino a la Fuente de las Maravillas. Junto al mapa había una carta. En ella decía que aquel que bebiera de las aguas de aquella fuente superaría cualquier miedo.
—Deberíamos buscar esa fuente —sugirió Luminella, mirando a sus amigos.
—¡Por supuesto! —exclamó Brisa—. No hay nada que no podamos hacer juntos.
Los cuatro amigos se pusieron en marcha. El camino por el que les llevó el mapa era desconocido para ellos, y estaba lleno de novedades. Luminella estaba encantada. Con todo aquello podría inventar miles de historias.
Estaban tan asombrados con el camino que no se dieron cuenta de que era tarde y de que empezaba a caer el sol.
—Oh, no, está oscureciendo —dijo Luminella, mientras empezaban a temblarle las piernas.
—No te preocupes, Luminella —dijo Firu—. Estamos aquí contigo.
—Tengo que volver —sollozó Luminella.
—Estamos muy cerca, y está igual de oscuro en todas partes —dijo Brisa—. No te dejaremos sola, no te preocupes.
Luminella se dio cuenta de que su amiga Brisa tenía razón, así que siguió adelante, a pesar de todo.
—Mirad, hay un árbol cortando el camino —dijo Pincel.
—Brisa, tú puedes con cualquier cosa, ¿podrías levantar el árbol? —dio Firu.
—No puedo, no me dan las alas —dijo Brisa—, pero puedo hacer otra cosa.
Brisa cogió aire, sopló con todas sus fuerzas, y con un fuerte aleteo de sus alas, empujó el árbol y dejó el camino libre.
—¡Bien hecho, Brisa! —exclamaron todos.
Más adelante, los cuatro amigos toparon con un antiguo enigma grabado en piedra, un acertijo que debían resolver para seguir adelante.
—Firu, esta es tarea para ti —dijo Brisa.
Firu se acercó y leyó en voz alta:
—Al amanecer tengo dos, al mediodía tres, pero al anochecer ninguno. ¿Qué soy?
Firu frunció el ceño y se concentró. Finalmente, con una sonrisa triunfante, exclamó:
—¡La respuesta es una sombra! Al amanecer y al anochecer, cuando el sol está bajo, las sombras son largas. Al mediodía, cuando el sol está en su punto más alto, la sombra es corta, casi inexistente.
Con la respuesta correcta, el enigma en piedra se desvaneció, permitiéndoles continuar en su búsqueda.
Entonces, se encontraron en un sendero tan oscuro que casi no podían ver sus propias manos.
—Pincel, tengo miedo, mucho miedo —dijo Luminella.
—Tranquila, amiga, que nunca salgo de casa sin mi material de dibujo. Yo lo arreglo.
Pincel sacó sus pinceles y, con un destello de colores mágicos, iluminó el sendero. Los trazos de Pincel brillaban con luz propia, transformando la oscuridad en un camino de luz que les permitía avanzar.
—¡Maravilloso trabajo, Pincel! —dijeron sus amigos.
Finalmente, llegaron al desafío más grande de todos: un enorme y temible dragón que custodiaba la entrada al túnel oscuro que daba acceso a la Fuente de las Maravillas. Los ojos del dragón brillaban en la oscuridad, y su voz retumbaba por todo el bosque.
—Si deseáis acceder a la Fuente de la Creatividad, debéis demostrar vuestro valor —rugió el dragón.
—¡Oh, no! ¿Qué vamos a hacer ahora? —dijo Brisa.
—Creo que esto es algo que debo hacer yo —dijo Luminella—. Brisa, tú has hecho un gran esfuerzo para quitar el árbol del camino. Firu, tú has conseguido descifrar el enigma. Pincel, tú te las has ingeniado para iluminar el camino. Y todos os habéis comportado como unos valientes. Pero lo único que he hecho yo ha sido quejarme y daros preocupaciones.
—Luminella, has conseguido llegar hasta aquí —dijo Firu.
—Gracias a vosotros, pero yo no he hecho nada —dijo ella—. Pero tengo una idea.
L
uminella se dirigió al dragón y le dijo:
—Cruzaré el túnel yo sola, sin ayuda. Así demostraré mi valor.
—¡No! —exclamaron Brisa, Firu y Pincel.
—¡Ja, ja, ja! —rio el dragón—. Si te quedas paradas en medio del túnel nadie irá a buscarte, pequeña.
—No hará falta, puedo hacerlo —dijo Luminella.
—¿Cómo? —preguntó el dragón.
—Haciendo lo que mejor sé hacer: inventaré una historia.
Luminella se metió en el túnel, pero enseguida se paró.
—Puedo hacer, puedo hacerlo —dijo Luminella—. Érase una vez una niña muy miedosa que tenía miedo a la oscuridad.
Dio un paso.
—Un día, la oscuridad salió a su paso y le dijo: “Te reto a un duelo”
Dio otro paso.
Y siguió contándose una historia, dando un paso cada vez que inventaba algo nuevo.
Hasta que llegó a la fuente. En cuanto llegó, bebió un gran trago de agua.
—¡Lo logré! Bebí agua y ya no tengo miedo.
Los amigos de Luminella corrieron junto a ella y bebieron también.
—Lo conseguiste, pequeña —dijo el dragón.
—Gracias a la fuente —dijo Luminella.
—No, gracias a tus historias —dijo el dragón—. Las historias son poderosas, y con ellas se puede lograr cualquier cosa. No lo olvides.
Los cuatro amigos regresaron a casa. Luminella estaba muy contenta, porque había hecho las paces con la oscuridad y había descubierto que su capacidad de inventar historias era un gran superpoder.