Había una vez un campesino recogiendo patatas en su huerta a pleno sol. Le acompañaba su hijo, que descansaba plácidamente bajo una higuera.
-¿Por qué no me ayudas, Felipe? -preguntó el campesino al muchacho.
-Estoy cansado, padre -respondió el chico.
El campesino siguió trabajando hasta que llegó la hora de volver a casa.
-Felipe, por favor, ayúdame a cargar las patatas en la carreta -dijo el campesino.
-Estoy cansado, padre -respondió el chico.
Así que el buen hombre cargó él solo las patatas en la carretilla. Cuando terminó se subió a la carreta, agitó las riendas para que el burro se pusiera en marcha y se marchó.
Cuando llegó a casa el hombre descargó las patatas en el cobertizo del señor que se las compraba para vender en el mercado, menos unas pocas que se guardó para cenar. Luego compró algo de pan, unas zanahorias y un par de huevos y se fue a casa a preparar la cena. Justo cuando estaba lista llegó Felipe, jadeando.
-¿Por qué no me esperaste? -preguntó Felipe.
-No quería molestar tu descanso -dijo el padre-. Parece que te has recuperado, pues parece que has estado corriendo.
-Sí, y tengo hambre -dijo el muchacho.
-Pues puedes empezar a hacerte la cena cuando quieras -dijo el padre.
-¿No has hecho cena para mí? -preguntó Felipe.
-Estaba muy cansado, hijo -dijo el padre.
Y a Felipe no le quedó más remedio que hacerse la cena.
Al día siguiente, el campesino volvió a la huerta con su hijo. Este, una vez más, se tumbó bajo la higuera. Su padre decidió hacer lo mismo.
-¿Qué haces, padre? -preguntó Felipe.
-Descansar bajo la higuera, igual que tú -dijo.
-¿Quién va a recoger las patatas entonces? -preguntó el hijo.
-No sé -dijo el padre.
-Pero habrá que recogerlas para poder comer y para venderlas en el mercado -dijo Felipe-. Necesitamos dinero para leña, y para ropa de abrigo, y para velas. Y pronto serán las fiestas del pueblo.
-Lo sé -dijo el padre-. Pero a mí también me gusta descansar de vez en cuando.
Pero Felipe no se movió. Así que, cuando acabó el día, ninguno había hecho nada. El padre volvió a coger la carreta y se fue, dejando a su hijo dormido bajo la higuera.
Cuando esa noche el hijo llegó corriendo a casa se encontró que su padre ya se estaba metiendo en la cama.
-¿Has cenado? -le preguntó.
-No -dijo el hombre-. Como no he trabajado nada no tengo hambre. De todas formas, tampoco hay qué comer, puesto que nada he traído, nada he vendido y nada he podido comprar.
Felipe tuvo que meterse en la cama sin cenar, aunque él, que había ido corriendo, sí que estaba hambriento.
A la mañana siguiente el campesino no se levantó de la cama.
-Estoy enfermo, hijo -dijo el hombre-. Tendrás que ir tú a la huerta.
El padre de Felipe pasó muchos días en cama, así que Felipe no tuvo más remedio que trabajar muy duro para poder comer y para poder pagar las medicinas de su padre.
El campesino finalmente se recuperó, pero Felipe nunca más volvió a quedarse tirado bajo el árbol.