Harmodio era el caballero más presumido. Alto, esbelto, rubio, de ojos grises, se miraba constantemente en los espejos y coqueteaba hasta con las rosas de los jardines.
Tenía la costumbre de usar un frasco de colonia al día porque le gustaba dejar su fragancia impregnada en el aire. No soportaba una arruga en su vestuario ni una motita de suciedad en su ropa. Acudía con frecuencia a la peluquería para retocarse las puntas y disfrutaba viendo como todos se quedaban admirando su belleza y cuchicheaban sobre su extraordinario gusto al vestir y combinar a la perfección las prendas de las firmas de moda más exclusivas y prestigiosas.
Bastián era un joven soldadito. Llevaba siempre el pelo enmarañado y el flequillo casi tapándole los ojos. Era patoso, y cuando salía al bosque no podía evitar perderse recolectando setas para su mamá o llenándose los bolsillos de fresas silvestres para preparar compota para su abuelo. Tenía la sonrisa más dulce y sincera que se había visto nunca en el Reino y multitud de pequitas en su rostro. Sabía ser un buen amigo. De esos que están allí cuando se les necesita y te escuchan durante horas si es necesario. Lo mismo te daba un abrazo de corazón, que un consejo sincero, o una buena regañina cuando era necesario.
Ágata era la joven princesita. Con voz risueña, ojos grandes y andares alegres, todos en el Reino estaban enamorados de ella. Pero no por su belleza, sino por su alma noble. No deseaba joyas ni grandes lujos. Se conformaba con una vida sencilla en el palacio y daba cobijo en él a todos cuantos necesitasen un techo. En su mesa siempre había un plato de comida para el que lo pidiese. Ayudaba a los campesinos a recoger las cosechas, llevaba a los animales a pastar al campo y se convertía en la niñera y maestra de los pequeños.
Un día los Reyes anunciaron que había llegado el momento en que Ágata contrajese matrimonio. La princesa no puso reparos hacia ningún tipo de pretendiente, por lo que sus Majestades escucharon a todos los que se acercaron hasta el palacio.
Cuando llegó el turno para Harmodio y Bastián, Ágata les preguntó:
- ¿Por qué debería casarme con uno de vosotros?
Harmodio respondió:
- Yo soy el caballero más guapo del Reino y tú la más bella de las princesas.
Bastián agachó la mirada, él era un simple soldadito y posiblemente no estaba a la altura de la princesa Ágata. Pero contestó:
- Porque te amo.
Y tras oír eso la princesa no tuvo ninguna duda de que era Bastián la persona con quien había de casarse.