Marimaga era una aprendiz de maga muy traviesa a la que encantaban los hechizos de modificación. Se pasa el día practicando magia cambiando a los animales, a las plantas y las cosas.
A Marimaga le encantaba experimentar con los árboles. Un día hizo que un manzano diera peras, y que un naranjo diera limones. Otro día convirtió un pino en un frutal "tuttifruti" que daba de todo.
A Marimaga también le gustaba mucho experimentar con animales. Le gustaba hacer que los animales cambiaran sus sonidos. Un día hizo que los perros balaran y que las gallinas silvaran. Otro día hizo que los cerdos relincharan y que las ovejas ladraran… y así muchos más experimentos.
Eso sí, Marimaga siempre volvía a poner todo como estaba, antes de que las Maestras Magas descubrieran lo que había hecho. A pesar de todo, ellas sabían lo que la aprendiz de maga hacía. No dejaban de advertirle que un día iba a tener un disgusto y alguien iba a salir malparado.
Un día se desvió en su camino a la escuela de aprendices de maga para ver qué pasaba si dejaba a un perro pastor completamente mudo. Pensó que sería divertido ver cómo se las ingeniaba para dirigir a las ovejas y para avisar a su amo si no podía ladrar.
Marimaga se lo pasó genial viendo cómo el perro subía y bajaba para que no se desviaran las ovejas, y cómo el pastor gritaba al perro.
De pronto, el perro vio que un peligro acechaba en el horizonte. Unos bandidos se acercaban al rebaño. Pero el pastor no los había visto, y el perro no podía avisarle, así que Marimaga corrió a quitarle el hechizo al perro para que pudiera ladrar. Pero salió con tanta prisa que no vio una piedra que tenía delante y se cayó con tan mala suerte que se dio en la cabeza y se quedó sin sentido.
Cuando Marimaga despertó observó aterrada que los bandidos se había llevado a las ovejas y que el pastor estaba atado a gran roca.
Marimaga se levantó como pudo para ir hasta donde estaba el pastor y desatarlo. Nada más ponerse en pie vio que el perro se acercaba hasta ella. Estaba magullado y herido. Marimaga intentó devolverle la capacidad de ladrar, pero el golpe que se había dado le había dejado las neuronas un poco desordenadas y no conseguía encontrar el hechizo en su cabeza.
Entre Marimaga y el perro consiguieron desatar al pastor, pero la aprendiz de maga seguía sin magia.
De pronto, Marimaga arrancó a llorar. Estaba muy apenada y arrepentida por lo que había hecho. Se lo habían advertido y ella no había hecho caso. Ahora el pobre pastor se había quedado sin sus ovejas, que eran su sustento, y el pobre perro se había quedado mudo, por lo que ya no podría ayudar a su amo. Para colmo, ella había perdido su magia. Se sentía la niña más desgraciada del mundo.
Extrañadas por la tardanza de Marimaga, las Maestras Hadas hicieron un conjuro de visión pasada para ver qué había ocurrido y fueron en busca de la niña. Cuando la encontraron, lanzaron un hechizo de curación al pastor y devolvieron el ladrido al perro.
Marimaga se disculpó ante el pastor, ante el perro y ante las Maestras Magas, pero no podía dejar de llorar.
Cuando se tranquilizó, Marimaga le preguntó a las Maestras:
- ¿Por qué no me curáis a mí también? No encuentro mi magia. El golpe me ha desordenado algunas cosas en la cabeza. Le devolveré al pastor todas las ovejas con un hechizo.
-
No te vamos a devolver la magia -le dijeron las Maestras Magas-. Eres una irresponsable, y nosotras no vamos a estar aquí siempre para solucionar tus travesuras. Tu magia volverá en unos días, en cuanto se te pase el susto, pero tienes prohibido usarla hasta que aprendas a ser más responsable. Te irás a trabajar a la granja del pastor y le ayudarás a recuperar lo que ha perdido. Entonces podrás volver a la Escuela de Magia.
Marimaga se marchó con el pastor y con el perro y prometió ayudarlos. A los pocos días, Marimaga descubrió que la magia había vuelto, pero no la usó. Podría haber convertido las piedras en ovejas o, mucho mejor, en oro, y así el pastor no la necesitaría más. Pero decidió quedarse y ayudar, como había prometido.
Tiempo después las Maestras Magas fueron a ver qué tal le iba a su aprendiz más traviesa, y, comprobando que había hecho un gran trabajo, la invitaron a volver a la escuela.
Marimaga cogió un puñado de tierra y fue a despedirse del pastor. Guiñándole un ojo, puso la tierra en las manos del pastor, le dio las gracias y se fue.
Cuando Marimaga desapareció, el pastor descubrió en su mano un buen montón de monedas de oro.
Marimaga regresó con las Maestras Magas a la Escuela. Desde entonces, sólo practica sus conjuros haciendo cosas buenas y procura divertirse sin molestar a los demás.