Carapilla era una ardilla muy divertida y siempre estaba saltando de rama en rama en el bosque donde vivía. Pero la ardilla Carapilla tenía un problema: tenía miedo a caerse de los árboles. Cada vez que se acercaba a la punta de una rama, su corazón latía rápidamente y su estómago se revolvía. Por eso, la ardilla Carapilla decidió no subir a los árboles más altos y quedarse siempre en ramas más bajas.
Un día, mientras buscaba nueces para el invierno, la ardilla Carapilla escuchó a un grupo de amigos hablando sobre una carrera de obstáculos que se llevaría a cabo en el bosque. La carrera consistía en subir a los árboles y bajar a toda velocidad.
La ardilla Carapilla estaba emocionada con la idea de participar. Nadie era tan rápido como ella. Ya iba corriendo a apuntarse cuando se dio cuenta de una cosa: tendría que subir a la parte alta de los árboles.
— No sé si debería participar en la carrera, tengo mucho miedo a caerme de los árboles — dijo, preocupada.
El zorro Musomorro la escuchó y le dijo:
— ¡Claro que deberías participar, Carapilla! Sería muy divertido y, además, así superarías tu miedo de una vez por todas.
— Pero si caigo de un árbol, me haré mucho daño— replicó la ardilla Carapilla, temblando.
— Entonces no subas a los árboles más altos, pero no dejes que el miedo te detenga. ¡Tú puedes hacerlo! — le animó Chuza, la lechuza que pasaba por allí.
—Pero si no subo me saldré del circuito y me descalificarán —dijo la ardilla Carapilla.
—¿Y si te ayudamos entre todos? —dijo el zorro Musomorro.
—¡Menuda carrera sería entonces! —dijo la ardilla Carapilla—. ¿Qué clase de corredora sería? O hago trampas saliéndome del circuito o me dijo ayudar por mis competidores. Esto suena raro.
En ese momento pasó por allí el Cascador, el castor, y les dijo:
—No os preocupéis, que hay varias rutas, para que cada uno elija la que quiera. Hay una especial para los animales que no pueden trepar demasiado alto. Puedes elegir la que más te guste, ardilla Carapilla.
La ardilla Carapilla se puso muy contenta. Ella sola se había agobiado pensando que no podría hacerlo, sin preguntar primero en qué consistía la carrera.
Aun así, decidió aprovechar la ayuda que le habían ofrecido sus amigos. Al fin y al cabo, para volver atrás y coger otra ruta siempre había tiempo.
E
l zorro Musomorro la animaba desde abajo. Sus compañeras ardillas iban delante para mostrarle el camino y cómo tenía que pisar. Y Chuza, la lechuza, volaba muy cerca por si tenía que recogerla al caer.
Cuando la ardilla Carapilla cruzó la meta recibió la ovación más grandes jamás vista en el bosque.
—¿Por qué me aplaudís? ¡He llegado la última! —dijo la ardilla Carapilla.
—Te aplaudimos porque lo has conseguido —gritaron todos los que estaban allí.
La ardilla Carapilla se sintió muy orgullosa de sí misma, por lo que había conseguido y muy agradecida por tener tan buenos amigos.
Desde entonces, Carapilla ya no evita los árboles más altos. Algunas veces siente un poco de miedo, pero no pasa nada. Ella respira, recuerda a sus amigos y se tranquiliza. Sabe que puede hacerlo. Solo necesita recordarlo un poco más que los demás. Y eso está bien, muy bien.