Había una vez una comunidad de brujas feas, apestosas y asquerosas donde la belleza no tenía lugar. Todas competían por ser la más horrorosa y detestable de todas, pues esa era la que mandaba y era la única que tenía derecho a tener hijas. A esa la llamaban la Señora de las Brujas.
Las hijas de las brujas eran todas muy feas y cualquier vestigio de belleza era eliminado por parte de su madre para evitar problemas.
Pero hubo una vez que la Señora de las Brujas tuvo una hija tan hermosa que su belleza la deslumbró por completo. Ante el temor de que las otras brujas la expulsaran o le hicieran alguna barbaridad, la Señora de las Brujas decidió esconderla. A las demás les dijo que la niña había muerto para no despertar sospechas.
Pasaron los años y la Señora de las Brujas mantenía oculta a su hija, protegida con un potente hechizo para que nadie notara su presencia. Pero la Señora de las Brujas se hacía mayor y su magia cada vez era más débil y justo el día en que la niña cumplió ocho años quedó a la vista de todas las demás.
Las brujas empezaron a gritar a su Señora llenas de ira:
-¡Traidora! ¡Esta niña no puede estar aquí! ¡Acabemos con ellas, con la madre y con la hija!
La Señora de las Brujas estaba muy débil para defenderse, pero su hija ya había adquirido mucho poder y pudo salir con su madre de allí. Al fin y al cabo también era una bruja poderosa.
-Debes huir hija. Este lugar no es seguro para ti -dijo la Señora de las Brujas-. Déjame aquí, solo seré una carga para ti.
La niña la miró y le dijo:
-No voy a abandonarte, mamá, y menos después de todo lo que te has esforzado por mantenerme a salvo. Has agotado tu poder protegiéndome, así que no me pidas que me vaya sin más.
-Acabarán con nosotras. Deja que te proteja una vez más -dijo la Señora de las Brujas.
-Esta vez me toca a mí protegerte a ti -dijo la niña-. Tengo un plan, pero para ponerlo en marcha debemos volver.
-¡No podemos volver! -dijo la Señora de las Brujas-. Es muy peligroso. Echaremos a perder todos nuestros esfuerzos.
-Al contrario, mamá -dijo la niña-. ¿Olvidas que eres la Señora de las Brujas?
-Ellas estarán eligiendo ahora a mi sucesora, lo sé.
Pero la niña no estaba dispuesta a admitir algo así.
-Vayamos a la elección -dijo la niña-. Me presentaré al cargo.
Su madre la miró y contestó:
-Eres muy hermosa, hija. Tú no puedes ser Señora de las Brujas.
-Te he dicho que tengo un plan. Vamos, no tenemos tiempo que perder.
M
adre e hija regresaron y pillaron a los brujas en plena reunión discutiendo a ver quién era la más fea y asquerosa de todas.
La niña se puso en medio de todas y lanzó un hechizo que neutralizó todos los esfuerzos que las brujas habían hecho para estar horribles. Ante sí quedaron hermosas mujeres, limpias y aseadas, que desprendían un delicado olor a flores silvestres.
-¡No! -gritaron todas cuando notaron el poder del hechizo.
Pero justo después, al verse tan bonitas, tan limpias y desprendiendo esa fragancia tan delicada, dejaron de gritar y empezaron a admirarse. Una especie de aura de paz y de armonía cayó sobre ellas, dulcificando sus miradas y apaciguando sus rostros.
La niña se convirtió ese día en la Señora de las Brujas, pero no por ser más o menos bella, sino por ser la más bondadosa y pacífica de todas ellas. Porque la belleza o la fealdad no son una cuestión de aspecto, sino de espíritu.