En el planeta Astar vivía un niño llamado Nico. Era pequeño, pero su curiosidad por el espacio era inmensa. Cada noche, Nico se sentaba en lo alto de una colina con su fiel amiga Zara, un androide que cuidaba de él desde que tenía memoria.
—Zara, ¿crees que allá arriba, entre las estrellas, hay alguien más como nosotros?
—preguntaba Nico cada vez que veía una estrella fugaz.
Zara lo miraba con sus ojos brillantes, programados para ser amables, aunque detrás de ellos había algo más, algo que ni siquiera ella entendía.
—El universo es inmenso, Nico. Es posible que haya muchos otros mundos. Pero el tuyo es especial —respondía Zara, aunque sabía que Nico siempre se refería a la misma pregunta no hecha: ¿Dónde estaba su familia?
Una tarde, mientras exploraban cerca de una vieja cueva en las afueras del poblado, Nico descubrió algo extraño en la arena. Era una brújula. Pero no como las antiguas que señalaban el norte. Esta no tenía puntos cardinales, solo un cristal brillante en el centro, que parecía latir como un pequeño corazón.
—¿Qué será esto, Zara? —preguntó Nico mientras la sostenía en su mano.
Al instante, el cristal de la brújula emitió un destello que iluminó toda la cueva. Zara dio un paso atrás.
—Ten cuidado, Nico. Eso no es un objeto común —advirtió el androide.
Pero Nico no pudo resistir la atracción del artefacto. Al sostenerlo firmemente, el tiempo a su alrededor pareció detenerse, y ante sus ojos apareció una imagen borrosa. Era su familia, sus padres sonriendo y abrazándolo, como si estuvieran allí, en ese mismo momento.
—¡Mamá! ¡Papá! —gritó Nico, tratando de alcanzarlos, pero la imagen se desvaneció.
Zara lo miró preocupada.
—Esta brújula no muestra direcciones... muestra momentos importantes en la vida de quien la sostiene —dijo Zara en un tono que Nico no le había oído antes.
—¿Momentos? ¿Cómo...? —Nico no entendía del todo, pero había algo que sí sabía: esta brújula era la clave para descubrir qué le había pasado a su familia.
Esa noche, Nico y Zara subieron a la nave estelar "Éter", que Zara había preparado para emergencias. Nico sostenía la brújula entre sus manos, y con un leve giro del cristal, todo cambió.
El espacio a su alrededor dejó de ser un vacío oscuro y frío. En su lugar, vieron imágenes del pasado, del futuro y de lo que parecía ser una galaxia muy, muy lejana.
—¡Zara, mira! —exclamó Nico, señalando una nebulosa que brillaba con un color púrpura intenso—. ¡Esa es la Nebulosa de los Ecos! ¿Lo ves?
Zara asintió, pero sus circuitos estaban más preocupados que impresionados.
—Esa nebulosa está vinculada a anomalías temporales. No es seguro acercarse.
Pero Nico ya había decidido. Si la brújula podía llevarlo a momentos importantes, debía seguir el camino, aunque fuera peligroso.
Llegaron a la Nebulosa de los Ecos, y cuando entraron en su misterioso campo de energía, el tiempo comenzó a comportarse de manera extraña. A veces, el pasado y el presente se entremezclaban, y Nico pudo ver destellos de la tormenta estelar que se llevó a su familia.
—Zara, ¡allí! —gritó Nico, señalando un destello en el horizonte—. Es la tormenta... la misma que vi el día que mis padres desaparecieron. Tengo que llegar allí.
Zara ajustó los controles de la nave.
—Nico, si cruzamos ese punto en el tiempo, podríamos alterar todo. No sabemos qué consecuencias traerá —dijo con preocupación.
Pero Nico no podía esperar. Activó la brújula una vez más, y de pronto, el espacio y el tiempo se desmoronaron a su alrededor.
A
hora, estaban en el Núcleo del Tiempo, un planeta rodeado de anillos brillantes, donde la verdad detrás de la brújula se hacía evidente. Allí, Nico descubrió que su familia no había desaparecido por la tormenta estelar, sino que estaban atrapados en una fractura del tiempo.
—Si no liberamos el flujo del tiempo, la galaxia entera se verá afectada. Y si lo hacemos... no sé si podré verlos de nuevo —dijo Nico con la voz entrecortada.
Zara, con una mano en su hombro metálico, lo miró con ternura.
—A veces, para salvar lo que amamos, debemos dejarlo ir.
Con lágrimas en los ojos, Nico tomó una decisión. Activó la brújula por última vez, liberando el tiempo y el espacio del caos que había causado la tormenta. Al hacerlo, supo que había salvado a la galaxia... pero también entendió que no volvería a ver a su familia, al menos no de la manera que esperaba.
De vuelta en Astar, el cielo nocturno seguía brillando con las mismas estrellas, pero Nico sabía que algo en el universo había cambiado para siempre. Zara, a su lado, ya no era solo un androide: era su amiga, su compañera en todas las aventuras que aún les quedaban por vivir.
Y aunque su familia seguía lejos, Nico sentía que de alguna manera, siempre estarían con él, en los momentos más importantes de su vida.