La casita del mal humor
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La casita del mal humor

Edades:
A partir de 4 años
La casita del mal humor Natalia pasaba todos los veranos el pueblo. Allí tenía bastantes amigos, niños y niñas que, como ella, iban de veraneo. El pueblo era tan pequeño no tenía parque. Pero podía jugar mucho tiempo en la calle, en el campo y en el río. Además, todas las casas tenían grandes patios, huertos y terrenos donde los niños podían estar.

Pero Natalia tenía un problema: se enfadaba con mucha facilidad. Y cuando se acaba se liaba una buena. No había manera de calmar la rabia de Natalia cuando se enfadaba.

Un día el abuelo de Natalia tuvo una idea. Y le construyó a su nieta una casita en un gran árbol que tenían junto al huerto.

-Natalia, mira lo que he hecho para ti -dijo el abuelo-. La llamado La Casita Del Mal Humor.

-¿Y qué hace? -preguntó Natalia.

-Cuando te enfades solo tienes que venir aquí y dejar el mal humor -respondió el abuelo-. Solo tienes que subir, cerrar la puerta, y dejar el mal humor en los platos que hay dentro.

-¿Y qué pasa con el malhumor? -volvió a preguntar la niña.

-Son platos especiales -dijo el abuelo-. El mal humor se evapora y desaparece.

-¡Qué tonterías dices, abuelo! -dio Natalia.

-De tonterías nada guapa -dijo el abuelo-. Tú prueba a ver si funciona. Ya verás que cuando vuelvas el malhumor ya no está.

-¿Y qué pasa si el malhumor no sale? -preguntó Natalia.

-Sale, de verdad -dijo el abuelo-. A veces tarda, pero al final sale. Tú solo tienes que mirar los platos hasta que estén llenos.

-Pero ¿cómo sé que están llenos? -preguntó la niña-

-Lo sabrás, confía en mí.

Natalia se encogió de hombros y decidió seguirle la corriente a su abuelo. Esa misma tarde cogió un berrinche tremendo y se fue a la casita del árbol que le había hecho su abuelo. Allí miró los platos. Tenían unos dibujos preciosos. En algunos había escritos unos versos muy bonitos que hablaban de las flores, el cielos azul y el mar en calma. Sin darse cuenta, Natalia se tranquilizó y salió de allí.

-La casita del mal humorAbuelo, estoy más tranquila, pero en los platos no hay nada -dijo la niña.

-¿Ah, no? -dijo el abuelo-. Vamos a verlo.

-Ya verás como digo la verdad -dijo Natalia.

-Pues es verdad, aquí no queda nada -dijo el abuelo-. Hay que ver lo bien que funcionan estos platos, que evaporan el malhumor en cuanto lo sienten.

Natalia se rió mucho con su abuelo. Pues sí que iba a ser verdad que la casita del mal humor con sus curiosos platos funcionaba.

Desde entonces, Natalia visita la casita del árbol cada vez que se enfada. Algunos días incluso va sin haberse enfadado, porque aquel rincón era realmente mágico, porque salía llena de alegría, tranquila y feliz.
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