
En un rincón escondido del universo existía una ciudad mágica llamada Ciudad de los Circuitos, donde todo brillaba, sonaba y se movía gracias a una energía especial llamada electricidad. Cada habitante tenía un trabajo muy importante para que la ciudad funcionara bien.
En el centro de la ciudad vivía Chispa, una corriente eléctrica pequeña, rápida y muy curiosa. Siempre estaba preguntándose cosas:
—¿Por qué las luces se encienden? ¿Cómo hace la televisión para mostrar dibujos?
—¡Preguntas, preguntas! —decía Don Cable, un habitante largo y delgado que conectaba una casa con otra—. Algún día, Chispa, lo entenderás.
Pero ese día llegó antes de lo que Chispa esperaba.
Una mañana, mientras jugaba en la Plaza de las Lámparas, apareció corriendo Señorita Interruptora. Su cabello se movía como un rayo y siempre estaba llena de energía.
—¡Chispa, tenemos un problema grande! La ciudad está a punto de quedarse sin luz. ¡Debemos arreglarlo rápido!
Chispa se quedó con los ojos muy abiertos.
—¿Qué puedo hacer yo? Soy muy pequeña.
—Pequeña, pero veloz y valiente —le dijo Doña Lámpara, una luz cálida y sabia que iluminaba la plaza—. Ven conmigo, Chispa. Vamos a buscar a Don Cable.
Don Cable estaba en su lugar favorito: una avenida donde todos los cables eléctricos se entrelazaban. Con paciencia, explicó lo que sucedía:
—La electricidad fluye como un río a través de los cables, llevando energía a cada rincón de la ciudad. Pero algo rompió el circuito. Si no arreglamos la conexión, todo se apagará.
Chispa miró a sus amigos y dijo con determinación:
—¡Yo puedo ayudar!
De repente, llegó el gran apagón. Las luces comenzaron a parpadear y la ciudad se sumió en una oscuridad silenciosa. Pero Chispa, guiada por Señor Fusible, que siempre protegía la ciudad de peligros, comenzó a explorar los lugares donde podía estar el problema.
—¡Aquí está! —gritó desde lo alto de una colina eléctrica—. ¡Un cable roto!
C

hispa saltó, corrió y se deslizó a través del cable, conectándolo de nuevo. En cuanto lo hizo, un destello de luz llenó toda la ciudad. Las lámparas brillaron, los electrodomésticos volvieron a encenderse, y la plaza estalló en aplausos.
—¡Lo lograste, Chispa! —dijeron sus amigos.
Chispa sonrió, sabiendo que, aunque era pequeña, su curiosidad y valentía habían hecho una gran diferencia. Desde entonces, siempre recordó las palabras de Doña Lámpara:
—Todos, grandes o pequeños, tenemos un papel importante en el circuito de la vida.
Y así, la Ciudad de los Circuitos siguió siendo un lugar lleno de luz, gracias a una pequeña corriente eléctrica que nunca dejó de hacer preguntas.