Era un soleado día de primavera. Elisa paseaba por el parque, pensando en sus cosas, cuando algo colorido llamó su atención entre las ramas de un árbol. Era una cometa, atrapada y abandonada, bailando suavemente con el viento.
—¿De quién será? —se preguntó Elisa, mientras miraba a su alrededor buscando a su posible dueño. No había nadie.
Al llegar a casa, Elisa le contó a su mamá lo que había pasado.
—Mamá, encontré esta cometa en el parque. Está sola y triste. ¿Puedo quedármela? —preguntó con ojos brillantes de ilusión.
Su mamá, mientras preparaba la cena, le sonrió con dulzura.
—Elisa, ¿recuerdas la vez que encontraste aquel reloj en la escuela y lo devolviste? Hiciste muy feliz a su dueño. Tal vez, esta cometa también tenga alguien que la esté buscando. Sería bonito intentar encontrarlo, ¿no crees? Es importante ser honestos y responsables
Elisa asintió, comprendiendo lo que su mamá quería decirle.
—Tienes razón, mamá. Mañana empezaré a buscar a su dueño.
Al día siguiente, Elisa, con la cometa en mano, recorrió el barrio preguntando de puerta en puerta.
—¿Es esta tu cometa? —preguntaba a cada vecino, pero la respuesta siempre era no. Sin embargo, no se desanimó.
Después de haber preguntado a mucha gente, Elisa llegó a la casa del señor Gómez, al final de la calle. Era un anciano que había llegado al barrio hacía poco y con quien pocos habían hablado. Con timidez, Elisa llamó a su puerta.
—Disculpe, señor Gómez, ¿es suya esta cometa? —preguntó Elisa, extendiendo la cometa hacia él.
El señor Gómez abrió los ojos como platos, sorprendido, y una sonrisa iluminó su rostro.
—Sí, es mi cometa. La perdí hace unas semanas y pensé que nunca la volvería a ver. Fue un regalo muy especial de mi esposa.
Elisa sintió una alegría inmensa al ver la felicidad del señor Gómez.
—Me alegro de haberla encontrado para usted —dijo la niña.
—Gracias, pequeña. Has sido muy honesta y amable en buscar a su dueño. Te acompaño a tu casa mientras te cuento de esta cometa —dijo el señor Gómez.
E
se día, Elisa no solo devolvió una cometa a su dueño, sino que también ganó un nuevo amigo y aprendió el valor de la comunidad. La cometa, que una vez estuvo perdida, ahora unía dos corazones bajo el inmenso cielo azul.
Cuando llegó a casa, Elisa le contó todo a su mamá. Ella la abrazó muy fuerte y le dijo:
—Estoy muy orgullosa de ti, Elisa. Hoy has demostrado ser muy responsable y honesta. Y lo más importante, has hecho un nuevo amigo.
Desde ese día, Elisa y el señor Gómez pasaron muchas tardes volando la cometa juntos en el parque.
Y así, bajo el sol dorado del atardecer, la cometa volaba alto, como el espíritu de Elisa, llevando consigo las lecciones aprendidas y la alegría de un día inolvidable.