Bruno era un muchacho delgado, nunca se había caracterizado por tener músculos y fuerza física, así que por ello decidió apuntarse al gimnasio de su ciudad. El joven soñaba con tener un cuerpo fuerte y esculpido, así como los que veía en las estatuas griegas.
La mañana que empezó sus entrenamientos, Bruno estaba muy ansioso y entusiasmado. Al llegar el entrenador lo recibió con la buena predisposición que trataba a cada uno de los novatos en su gimnasio.
Después de darle un tour guiado por el lugar mostrándole cada una de las máquinas y los equipamientos del gimnasio, el entrenador le extendió una hoja al muchacho.
—Bruno, esta es tu rutina de entrenamiento. Cada día es diferente, por favor llamadme al hacer cada ejercicio, así te enseño la manera de hacerlo correctamente —comentó el entrenador.
—¡De acuerdo, muchas gracias! —respondió el joven que de inmediato comenzó a realizar su rutina con mucho esmero.
Las semanas pasaron, y a pesar de que Bruno veía que su fuerza se había incrementado y su cuerpo levemente iba ganando músculo, se sentía frustrado porque había ciertas pesas del gimnasio que no podía siquiera mover.
—Parecen pegadas con pegamento, qué débil soy —pensó el joven en voz alta mientras forcejeaba con una mancuerna de 40 kilos.
Esa semana a Bruno lo llamaron de un trabajo en una construcción en un pueblo vecino a su ciudad. El joven realizaba trabajos temporarios para costearse sus estudios universitarios, y esta oportunidad en cuestión le daba la posibilidad de en lo que duraba el verano juntar el dinero suficiente para el siguiente año de estudios, así que lo aceptó sin dudarlo.
Lo único que lamentaba Bruno es que debería interrumpir su entrenamiento, justo ahora que poco a poco comenzaba a ver algunos leves resultados. Pero se preocupó poco, ya que al regreso retomaría con más entusiasmo.
Paso el verano, Bruno terminó su trabajo en la construcción, regreso a su ciudad y también al gimnasio.
El muchacho retomó su vieja rutina, la cual le resultó sumamente sencilla. Como broma a sí mismo, volvió a donde se encontraban las mancuernas “pegadas” y para su sorpresa absoluta pudo levantarlas casi sin esfuerzo.
—Entrenador, venga un momento —gritó el joven.
—¿Qué necesitas Bruno? —preguntó el entrenador mientras se acercaba al muchacho.
—¿En mi ausencia han cambiado el equipamiento del gimnasio?
—Claro que no Bruno, son las cosas de siempre, ¿a qué se debe esa pregunta?
—Es que la rutina que me has preparado me resultó muy liviana hoy, y estas mancuernas no podía moverlas antes de marcharme, y hoy las levanto casi sin esfuerzo —respondió Bruno intrigado.
—Acá no ha cambiado nada, el que has cambiado has sido tú. Cuéntame, ¿qué has estado haciendo en este tiempo, fuiste a otro gimnasio cerca de tu trabajo de verano? —preguntó el entrenador.
—Claro que no, ni tiempo tenía. Solo estuve en la construcción, acarreando bolsas de cemento, ladrillos y levantando poco a poco un edificio.
—¡Pues ahí está la respuesta Bruno, el trabajo que has hecho te ha fortalecido mucho!, creo que es hora de ajustar tu plan de entrenamiento a uno más exigente.
Y así lo hizo, el entrenador modificó la rutina de Bruno a un nivel superior. El joven siguió entrenando y fortaleciéndose aún más, lo cual se vio reflejado también en la forma de su cuerpo. Bruno también aprendió que muchas veces los cambios que vemos afuera surgen de un cambio que hemos hecho nosotros desde nuestro interior.