En el pequeño pueblo costero de Marazul, las vacaciones de verano eran la época más esperada por los niños. Para Lucas, Marta, Nico y Elia, ese verano sería inolvidable. Un día, mientras jugaban en el ático de la casa de la abuela de Lucas, encontraron un viejo y polvoriento mapa que prometía guiarlos a una isla desconocida.
— ¡Mirad esto! —exclamó Lucas, sosteniendo el mapa—. ¡Es un mapa del tesoro!
— ¡Vamos a seguirlo! —dijo Marta con emoción.
Los niños se subieron un pequeño bote desde la playa más cercana y, guiados por el mapa, llegaron a una isla que no aparecía en ningún otro mapa moderno. Para su asombro, la isla estaba completamente cubierta de nieve y hielo, aunque el sol de verano brillaba en el cielo.
— ¿Cómo puede haber nieve aquí? —preguntó Nico, asombrado.
— Es un misterio —respondió Elia, mirando alrededor.
El grupo comenzó su aventura con entusiasmo, enfrentándose primero al Bosque Helado. Los árboles estaban cubiertos de cristales de hielo que tintineaban como campanillas con cada brisa.
— ¡Qué bonito suena! —dijo Elia.
— Debemos resolver el acertijo para pasar —dijo Marta, señalando un totem—. Dice: "Solo aquel que conserve el calor de la amistad podrá pasar".
Los niños se tomaron de las manos, sintiendo el calor de su amistad. La niebla se disipó, y pudieron avanzar hasta la Cueva de los Ecos. Allí, cada palabra que decían resonaba con la verdad de sus corazones.
— Este lugar es extraño —dijo Nico, escuchando su eco.
— Sí, pero debemos encontrar el camino —dijo Marta.
Fue Marta quien descifró el enigma de las voces que les reveló la ruta hacia la Montaña Resplandeciente. Al llegar, el sol comenzaba a ponerse, bañando la montaña en una luz dorada.
— ¡Qué hermoso! —dijo Lucas.
Escalaron hasta la cima, donde encontraron una antigua cámara de piedra. Dentro, el supuesto tesoro les esperaba: una esfera brillante que, según una inscripción, controlaba el clima.
— ¡Es increíble! —exclamó Nico.
Pero justo cuando Lucas extendía su mano para tomarla, un helicóptero aterrizó cerca. De él descendió un hombre con una risa siniestra: el millonario Don Oscuro.
— ¡Ese artefacto será mío! —exclamó Don Oscuro.
L
os niños idearon rápidamente un plan. Mientras Don Oscuro se acercaba, Nico y Elia usaron espejos de hielo para deslumbrarlo con la luz del sol poniente. Marta, con su conocimiento de mecánica, ajustó la esfera para crear una pequeña tormenta de nieve que confundió al millonario, y así pudieron escapar.
— ¡Rápido, vámonos! —gritó Lucas.
Al regresar al pueblo, los niños decidieron esconder el artefacto donde nadie más pudiera encontrarlo.
— Este artefacto es muy peligroso —dijo Marta.
Entendieron que algunas cosas eran demasiado poderosas para ser manejadas libremente. Juntos, habían aprendido que el verdadero tesoro era su amistad y la aventura que compartieron, no los objetos materiales.
— Siempre seremos amigos —dijo Elia.
La leyenda de la isla del tesoro helado se convirtió en su secreto más preciado, una historia de valor, ingenio y la fuerza de la amistad que contaron durante muchas noches estrelladas.