Todos los días Cora llegaba la primera al colegio. Esto no tendría nada de particular si no fuera porque siempre había una hermosa manzana roja colocada sobre el muro que sostenía la verja del patio. El muro no era muy alto, lo suficiente para que los niños pudieran sentarse, tal vez haciendo un pequeño esfuerzo o con un poco de ayuda de los mayores.
El primer día que Cora vio la manzana no le prestó mucha atención. Le llamó la atención su hermoso y brillante color rojo, pero pasó de largo. “Alguien se la habrá dejado y luego volverá a buscarla”, pensó Cora.
Al día siguiente Cora volvió a ver una manzana roja colocada en el mismo sitio. “¡Qué extraño! Es raro que nadie haya recogido la manzana”. Pero Cora no se paró y siguió adelante.
Cuando al siguiente día Cora volvió a ver la manzana empezó a mosquearse. “¿Cómo? ¿Otra vez aquí?”, pensó la niña, que esta vez sí se paró a mirar la manzana. “Esto es muy extraño”, se dijo. Luego siguió adelante.
Cuando estaban todos los niños en clase, Cora les preguntó a sus compañeros:
-¿Habéis visto la manzana roja que había en la puerta esta mañana?
-Si la hubiera visto la hubiera cogido -dijo entre risas Martín.
-Yo la hubiera tirado a la basura -respondió Claudia.
-Y yo hubiera probado a hacer canasta en la papelera -se mofó Carlos.
El caso es que nadie había visto la manzana. “La habrá cogido alguien”, pensó Cora.
Pero al día siguiente Cora volvió a ver la manzana otra vez. “Estoy segura de que es la misma de ayer”, pensó Cora. Esta vez no se fue, sino que se quedó allí, mirando la manzana.
-¡Ey, chicos, mirad! ¡Es la manzana que os decía ayer! -gritó Cora al ver a sus compañeros. Pero cuando se dio la vuelta, la manzana ya no estaba allí.
-Nos tomas el pelo,¿no? -le dijeron.
Cora no supo qué decir y se fue a clase con la firme disposición de quedarse delante de la manzana al día siguiente hasta que algún profesor pasara por allí. ¿Y si fuera una manzana envenada? ¿Y si era un cebo para cazar a algún niño despistado? Cora empezó a sentir un poco de miedo, así que ideó un plan: no tocar la manzana y atarse con una cadena a la verja para que nadie la cogiera.
A la mañana siguiente Cora volvió a ser la primera en llegar y, siguiendo su plan, se encadenó a la verja sin dejar de mirar la manzana. Ni siquiera las risas de los niños que se burlaban de ella al verla así consiguieron que Cora levantara la mirada.
Ya estaban todos los niños dentro cuando, de repente:
-¡Vaya! ¡Mira dónde esta la manzana! -dijo una voz infantil a su espalda.
-¡No la toques! -gritó Cora, sin mirar atrás-. Podría estar envenenada o ser una trampa.
-¿Qué dices? -dijo la voz-. ¡Esta manzana es mía! Todas las mañanas me la deja aquí mi abuelo al pasar. Es frutero, y cuando vuelve de comprar la mercancía del día,me la deja como almuerzo.
Cora se dio la vuelta y le dijo al niño que estaba allí:
-¿¡Cómo!? Me tomas el pelo.
-No, de veras. Por mucho que madrugo nunca llego a tiempo
para que mi abuelo me la dé en persona. No sabes cuánto te agradezco que no te la hayas llevado ningún día. Siempre te veo entrar delante de mí.
Cora se quitó las cadenas y le dijo al niño:
-Vale, coge tu manzana. Gracias por aclararlo todo. Aunque he hecho el ridículo más ridículo de la historia, me alegra saber que todo era una fantasía mía.
La directora del colegio apareció en ese momento. Alguien le había contado lo de las cadenas y salió a ver qué pasaba. Como lo había oído todo le dijo a Cora:
-Cora, no te preocupes. Hiciste bien en no coger la manzana e intentar averiguar el misterio, protegiéndote a ti misma de los posibles riesgos. Has sido muy valiente.
Cora agradeció las palabras de la directora y se puso en marcha para ir a clase.
-Mañana le diré a mi abuelo que deje dos manzanas en la puerta -dijo el niño.
-Gracias, pero mejor madrugo un poco más y las recojo en persona. Después de lo que se me ha pasado por la cabeza, no sé yo si seré capaz de cogerla.