Había una vez dos amigos llamados Emma y Rafa. Emma era muy curiosa, le encantaba aprender sobre cómo funcionaban las cosas, especialmente los imanes. Rafa, en cambio, era un aventurero. Siempre llevaba una brújula colgada del cuello, que le ayudaba a no perderse en sus excursiones.
Un día, mientras exploraban el viejo desván de la casa de la abuela de Emma, encontraron un mapa antiguo. En el centro del mapa, había una montaña muy alta llamada “La montaña del magnetismo”. Según la leyenda, esa montaña era mágica, y solo aquellos que entendieran el poder de los imanes podrían llegar a la cima.
—¿Te imaginas? ¡Una montaña donde la magia de los imanes funciona de verdad! —dijo Emma emocionada.
—¡Vamos a explorarla! —respondió Rafa, con su espíritu aventurero.
Con mochilas en la espalda y la brújula de Rafa lista, se pusieron en camino. No tardaron mucho en llegar a la base de la montaña. El aire allí se sentía distinto, como si todo alrededor estuviera lleno de una energía invisible.
—Mira esto, Emma —dijo Rafa, señalando el suelo—. ¡Hay piedras que parecen moverse solas!
Emma se agachó y vio que las piedras metálicas en realidad se movían hacia un gran imán escondido en la tierra.
—¡Es la fuerza del magnetismo! —exclamó Emma—. Esta montaña es especial.
A medida que subían, llegaron a un lugar llamado “El valle de los imanes perdidos”. El suelo estaba lleno de pequeños imanes esparcidos por todas partes.
—¡Qué raro! El camino desaparece aquí —dijo Rafa mientras miraba el mapa.
Emma observó cómo los imanes se movían cuando acercaba su brújula.
—Creo que tenemos que usar los imanes para encontrar el camino —dijo ella—. Si colocamos los imanes en la dirección correcta, el suelo cambiará.
Con cuidado, Emma y Rafa comenzaron a colocar los imanes en el suelo. Poco a poco, un camino brillante apareció ante ellos.
—¡Funcionó! —gritó Rafa emocionado—. ¡El magnetismo nos está mostrando el camino!
Más adelante, encontraron un río que cortaba su camino. Sobre el agua había un puente flotante, pero estaba quieto, como si no quisiera moverse.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Rafa, confundido.
Emma miró alrededor y vio unos pequeños imanes colgados en el borde del puente.
—Debemos usar los imanes para mover el puente —dijo ella—. Si ponemos los polos iguales, se repelen. Si ponemos los polos opuestos, se atraen. ¡Así podremos cruzar!
Con mucho cuidado, colocaron los imanes hasta que el puente empezó a moverse suavemente. Los amigos cruzaron el río, emocionados por lo que acababan de lograr.
Después de muchas aventuras llegaron a la cima de la montaña. Allí, el viento soplaba muy fuerte y un hombre de larga barba blanca los esperaba. Era el Maestro Eolo, el guardián de la montaña.
—Habéis llegado hasta aquí porque habéis aprendido a usar el poder de los imanes —dijo con una sonrisa—. Pero hay algo más importante que habéis descubierto.
Emma y Rafa se miraron, sin entender.
—Habéis aprendido a trabajar juntos, a confiar el uno en el otro. Igual que los imanes se atraen o se repelen, vosotros habéis encontrado el equilibrio en vuestra amistad. Ese es el verdadero poder del magnetismo.
Emma sonrió, ya lo entendía. No solo se trataba de la ciencia, sino de cómo habían trabajado como equipo para superar los desafíos.
—Gracias, Maestro Eolo —dijo Rafa—. Ahora sabemos que el magnetismo es más que imanes. ¡Es como la amistad!
Y así, Emma y Rafa bajaron de la montaña, sabiendo que habían descubierto no solo los secretos del magnetismo, sino también la importancia de trabajar juntos y confiar el uno en el otro.