La mujer del corazón de piedra
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La mujer del corazón de piedra

Edades:
A partir de 4 años
La mujer del corazón de piedra Había una reina tan malvada que en vez de corazón tenía una piedra. Pero la piedra resultaba muy molesta, así que la reina se la había sacado y la había guardado en dentro de una vieja vasija.

Eso dejó en el pecho de la reina un agujero enorme. Al principio la reina se sentía muy bien, pues se había librado de un gran peso. Sin embargo, poco a poco, empezó a sentir un gran vacío que no había manera de llenar.

Esto provocaba que la reina siempre estuviera enfadado o triste y que se portara mal con todos, así que nadie la quería.

Con el paso de los años, la situación empeoró. El castillo en el que vivía se convirtió en un lugar oscuro y triste que nadie visitaba.

Un día llegó al castillo un mago que quería comprar el corazón de piedra de la reina.

—A cambio de tu corazón de piedra te daré uno de verdad —ofreció el mago.

A la reina le pareció una gran idea y fue en busca del viejo pedrusco que una vez había ocupado el hueco de su corazón. La reina buscó por todas partes, pero no fue capaz de encontrarlo.

El mago se cansó de esperar y se marchó. Cuando la reina se enteró se enfadó muchísimo.

Al día siguiente, con la mente un poco más despejada, la reina decidió buscar su corazón de piedra. Si lo encontraba, tal vez podría convencer al mago de que era auténtico y ofrecérselo a cambio de un corazón de verdad.

Pero los días pasaban y la reina no encontraba su corazón de piedra. Estaba desesperada. Su consejero, al verla así, le preguntó:

—¿Cómo puedo ayudaros?

—Necesito un corazón de verdad, el hueco de mi corazón está lleno de enredaderas negras llenas de espinas—dijo la reina.
—¿No le duele? —preguntó el consejero.

—No me duele, pero siento un profundo vacío que me atraviesa el cuerpo —dijo la reina.

Entonces no hay tiempo que perder —dijo el consejero—. Hay que encontrar un corazón.

—Daré lo que sea a cambio de un corazón de verdad —dijo la reina.

El consejero salió de inmediato en busca de un remedio para la reina. Y así llegó a la cueva del mago. Pero esta no quiso ayudarlo, así que tuvo que buscar a alguien más que quisiera echarle una mano.

El consejero buscó por todas partes, pero la reina era tan odiado por todos que nadie le prestó atención.

El consejero ya estaba a punto de volver al castillo cuando una jovencita se le acercó y le dijo:

—Si la reina ayuda a mi familia a salir de la miseria, yo le daré mi propio corazón.

—La reina accederá sin poner objeción alguna —dijo el consejero. Y juntos se fueron a ver a la reina.

Cuando llegaron al castillo, el consejero le dijo a la muchacha que esperara en la cocina. Allí ella aprovechó para echar una mano al cocinero, que estaba muy apurado.

Mientras tanto, el consejero fue a ver a la reina. Este se alegró de saber que su consejero había encontrado una solución.

—Dale a esa familia lo que necesite —dijo la reina—.¿Dónde está esa chica?

—En la cocina —dijo el consejero.

—Iré yo mismo a buscarla —dijo la reina.

Mientras el consejero iba a cumplir con la promesa que le había hecho a la niña, la reina se acercó a la cocina y se asomó discretamente. Allí estaba la muchacha, cantando una triste canción, mientras ayudaba al cocinero a limpiar la cocina.

La reina sintió de pronto una gran melancolía. Aquella chica tan joven estaba dispuesta a darle su propio corazón a cambio de que su familia no muriera de hambre.

La mujer del corazón de piedraJusto en ese momento la niña abrió una vasija y de ella sacó un gran pedrusco. Inmediatamente, la reina entró y gritó:

—¡Suelta eso! ¡Es mi corazón!

La niña dio un respingo por el susto y el corazón de piedra de la reina se le cayó al suelo, rompiéndose en pedazos.

—¡Oh, no! —exclamó la muchacha—. ¡Lo siento, lo siento!

Con mucho cuidado, la niña recogió los trozos del corazón de piedra. Mientras lo hacía, grandes lágrimas cayeron sobre los pedazos del corazón roto, disolviéndolo como azúcar en agua.

La reina lo observó atentamente, sintiendo cómo, poco a poco, el vacío de su corazón desaparecía.

Llevándose la mano al pecho, la reina exclamó:

—¡Ya tengo corazón! ¡Ya tengo corazón!

—¡Qué alegría! —exclamó la muchacha.

—A partir de ahora, a ti y a tu familia no os faltará de nada —dijo la reina—. Y como no tengo hijos, te nombraré mi heredera.

A partir de entonces, la vida en aquel lugar fue mucho más feliz para todos. A la chica y a su familia no les falto nunca de nada, y a la reina, tampoco.
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