Mía era una niña de 9 años muy diferente a las demás. No le gustaba jugar con muñecas ni a otros juegos de chicas y todo el mundo pensaba que era una niña muy rara.
Un día, mientras estaban en el colegio, la profesora les preguntó qué querían ser cuando fueran mayores.
- ¡Yo quiero ser enfermera! – dijo una niña
- ¡Yo bailarina! – contestó otra
- ¡Y yo maestra! – contestó la última
La profesora, como veía que Mía no contestaba qué quería ser, le preguntó:
- Mía, ¿y tú? ¿Qué quieres ser de mayor?
- Señorita, ¡yo de mayor quiero ser astronauta! – respondió Mía, mientras todos los demás niños y niñas empezaron a reírse.
La profesora, muy enfadada, pidió a todos que dejaran de reírse.
- ¿Por qué os hace tanta gracia?
Todos los niños dijeron que Mía no podría ser astronauta porque sólo los niños podían serlo y porque había que ser muy inteligente y fuerte.
Ese día, Mía se fue a casa muy triste y su mamá, cuando la vio llorando, le preguntó qué le pasaba. Mía le contó lo que había pasado en el colegio y su mamá le explicó que todo era posible con esfuerzo e ilusión.
Así que Mía, que siempre había soñado con ser astronauta, se puso a estudiar y a leer mucho sobre el mundo de los astronautas.
Leyó millones de libros, buscó mucha información en internet y durante mucho tiempo estuvo preparándose para que cuando fuera mayor superara todas las pruebas y consiguiera ser astronauta.
Cuando ya estaba en el instituto, volvió a pasarle una cosa muy fea. Los compañeros de Mía se enteraron de que quería ser astronauta y todos se echaron a reír de nuevo.
- Mía, ¡deja de soñar! ¡Sólo los mejores consiguen ser astronautas! ¡tu no lo vas a conseguir!
Pero Mía no hacía caso a los demás. Nunca perdía la ilusión ni tampoco dejaba de esforzarse. Siguió leyendo muchos libros, aprendiendo muchas cosas y trabajando día tras día para conseguirlo.
Pasaron los años y Mía ya era mayor. Entró en la universidad y sacó las mejores notas de su promoción. Tras esto, por fin llegó el momento de ir a hacer las pruebas para ser astronauta, así que se fue a otro país para intentarlo.
Mía tuvo que hacer un montón de exámenes y de pruebas. Cuando acabó todo, volvió a casa a esperar a que le dijeran si lo había conseguido.
Tras unos días esperando Mía recibió una carta que decía:
- ¡Enhorabuena! ¡Has conseguido ser astronauta!
Mía estaba tan contenta que no podía creérselo y sus padres estaban muy orgullosos de ella. Celebraron la gran noticia y, al día siguiente, Mía tuvo que irse al país donde había hecho las pruebas para empezar a trabajar como astronauta.
Mía no se cansaba de aprender cosas nuevas y se esforzaba mucho día tras día hasta que consiguió ser una de las astronautas más famosas e importantes del mundo.
Hizo tantas cosas buenas que llegó a salir en la televisión y todos los demás compañeros que siempre se habían reído de su sueño se dieron cuenta de que estaban equivocados y de que habían sido muy injustos con Mía.
Un día, Mía volvió a su país para ver a su familia. Cuando llegó, todos la saludaban y la felicitaban. ¡Era tan famosa que todos querían hacerse una foto con ella!
- Mía, ¿cómo has conseguido ser una astronauta tan importante? – le preguntaban
Mía, que no era rencorosa a pesar de las burlas que había recibido, les dijo a todos:
- Porque con esfuerzo, ilusión y mucho trabajo todo se puede conseguir. Recordad que es muy importante confiar en uno mismo.
Mía fue una astronauta cada día mejor y todos la tomaron como un ejemplo a seguir, a la vez que aprendieron que no había que reírse de los sueños de los demás ya que nada es imposible.