HabÃa una vez un bosque muy verde y lleno de vida. Allà vivÃa una rana llamada Ruperta. A Ruperta le encantaban los charcos, pero no para saltar en ellos como lo hacÃan otras ranas... ¡no, no! A ella le gustaba tenerlos para ella sola. Cada vez que veÃa un charco, lo cubrÃa con una gran hoja y croaba:
—¡Este charco es mÃo y solo mÃo!
Los otros animales del bosque, como Tito Tortuga, Pepe Pato y Mimi Mosca, miraban asombrados cómo Ruperta acaparaba todos los charcos. Tito Tortuga, siempre paciente, fue el primero en acercarse a hablar con ella.
—Ruperta, ¿por qué te quedas con todos los charcos? —preguntó Tito con su voz lenta—. Nosotros también necesitamos agua.
—¡Si comparto, me quedaré sin nada! —resopló Ruperta, inflando su barriga—. Además, ¡yo soy la más rápida saltando! Asà que, los charcos me pertenecen.
Pepe Pato, que siempre tenÃa una broma lista, chapoteó en uno de los pocos charcos libres.
—¡Qué mala suerte, Ruperta! Yo prefiero el charco más grande, pero como tú te lo quedaste, tendré que nadar en este que parece una mini piscina.
Mimi Mosca zumbaba alrededor, curiosa:
—¡Qué raro, Ruperta! Si te quedas con todos los charcos, no habrá más lugares limpios para beber.
Ruperta, sin prestar atención, solo cubrÃa otro charco con una hoja y croaba fuerte para que todos la oyeran:
—¡Son mÃos, mÃos, mÃos!
Pero lo que Ruperta no sabÃa era que el calor del verano se acercaba, y con él, algo que a las ranas no les gusta nada: ¡el sol abrasador!
DÃa tras dÃa, el sol brillaba más fuerte, y poco a poco, los charcos empezaron a secarse. Ruperta, que habÃa estado vigilando sus charcos todo este tiempo, notó que el agua empezaba a evaporarse rápidamente.
—¡Oh no! —croó alarmada—. ¿Qué está pasando? ¡Mis charcos!
Ruperta saltó al charco más cercano y vio que apenas quedaba agua... y la poca que quedaba estaba muy sucia. Tito Tortuga pasaba por allà lentamente y la observó desde la orilla.
—Parece que no queda mucha agua, ¿verdad? —dijo Tito con una sonrisa sabia.
—¡Necesito más agua! —gritó Ruperta mientras saltaba de un charco seco a otro—. ¡Todos están sucios o vacÃos!
Pepe Pato se rio, salpicando agua de su charco.
—¡Eso te pasa por no compartir, Ruperta! Si hubiéramos trabajado juntos, podrÃamos haber mantenido el agua fresca. ¡Pero tú querÃas todo para ti sola!
Ruperta, jadeando y con la piel reseca, se sentó al borde del charco más grande, que ahora no tenÃa ni una gota. Miró a Tito, Pepe y Mimi con ojos tristes.
—Creo que he cometido un error —admitió—. Pensé que si tenÃa todos los charcos para mÃ, nunca me faltarÃa agua... pero ahora no tengo nada.
Tito, siempre sabio y calmado, se acercó despacio y le dijo:
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€”TodavÃa podemos arreglarlo, Ruperta. Si compartimos lo que queda y cuidamos juntos los charcos, podremos mantener el agua limpia y fresca para todos.
Ruperta sonrió por primera vez en dÃas. Se levantó de un salto y, con todas sus fuerzas, empujó las hojas que habÃa usado para cubrir los charcos.
—¡De acuerdo, compartamos! —anunció alegremente—. ¡Todo el mundo es bienvenido en mis charcos!
Los animales se unieron a Ruperta y trabajaron juntos para limpiar y cuidar los charcos.
Cada vez que el sol empezaba a evaporar el agua, todos los animales del bosque ayudaban a cubrir los charcos con sombras para mantenerlos frescos.
Y asÃ, con la ayuda de todos, el bosque volvió a ser un lugar lleno de charcos frescos y agua limpia. Ruperta, que habÃa aprendido una valiosa lección, nunca más volvió a acaparar nada para sà sola. Desde entonces, siempre croaba felizmente:
—¡Un charco para todos, y todos para un charco!