Las aventuras del pirata Caraderrata
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Las aventuras del pirata Caraderrata

Edades:
A partir de 6 años
Valores:
Las aventuras del pirata Caraderrata Había una vez un pirata muy feo al que todos llamaban Caraderrata. El pirata Caraderrata se sentía muy ofendido por el apodo. Pero no decía nada, porque no quería parecer débil. En lugar de eso, el pirata Caraderrata hacía todo lo posible por dañar a todo el que se cruzara en su camino. Era temible incluso con sus compañeros de tripulación.

Un día, el pirata Caraderrata fue apresado, junto con toda la tripulación del barco. Los llevaron a todos en un isla desierta y los encerraron en unas jaulas.

Al pirata Caraderrata, como era el más feroz de todos, lo encerraron solo y apartado. Ni siquiera podía oír a los demás.

Pasaron los días y, finalmente, la tripulación fue liberada. Pero los rescatadores se olvidaron del pirata Caraderrata. Los demás piratas tampoco se acordaron de él. Y si alguno lo hizo se calló y no dijo nada, porque el pirata Caraderrata era tan malvado y desagradable que nadie quería tenerlo cerca.

Afortunadamente uno de los rescatadores se dio cuenta de que el pirata Caraderrata seguía encerrado y lo soltó. Pero ya era demasiado tarde: su barco había zarpado sin él.

-Puedes quedarte con nosotros -le dijeron-. Pero más te vale moderar tu actitud. Si nos das problemas te dejamos en cualquier parte y te buscas la vida.

-De acuerdo -dijo el pirata Caraderrata.

-¿Cómo te llamas? -le preguntaron.

-Todos me llaman Caraderrata -contestó el pirata.

-Pero tendrás nombre ¿no? -le dijeron-. ¿O me vas a decir que te gusta que te llamen Caraderrata?

El pirata Caraderrata se quedó sorprendido. Nunca nadie le había llamado por su nombre de pila. De hecho, no recordaba la última vez que alguien se había preocupado por saber su nombre.
-Me llamo Filomeno -dijo el pirata.

Las aventuras del pirata Caraderrata-De acuerdo, Filomeno. Manos a la obra, que hay mucho trabajo.

El pirata Caraderrata, es decir, Filomeno, se convirtió en un hombre amable, útil y entregado a su nueva comunidad. Y todo por algo tan sencillo como ser llamado por su nombre, sin apodos humillantes. Es más, quienes lo vieron años después apenas lo reconocieron, porque su gesto se había vuelto mucho más agradable y había aflorado su verdadera belleza: la belleza interior.
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