A las afueras de un pequeño pueblo había una casa que siempre estaba rodeada de animales. Pero no se trataba de una granja. Simplemente, los animales acudían a la casa a visitar a Lucio, el niño que vivía allí.
Antes de ir a la escuela del pueblo, Lucio saluda a todos los animales que iban a visitarle. Y en cuanto acababan las clases, el niño volvía a casa, donde los animales le esperaban.
Lucio jugaba con sus amigos del bosque, especialmente con los conejos. Los demás niños se reían de él porque prefería a los animales que a los niños.
Un día, un grupo de chavales de la escuela se metieron en el bosque a tirar piedras. Allí encontraron a Lucio, jugando con los conejos.
—Ya tenemos diana —dijo uno de los chavales. Y empezaron a tirar piedras a los conejos.
Los conejitos salieron corriendo. Lucio se enfadó mucho y les dijo:
—¿Qué os han hecho esos conejos? Dejadlos en paz.
Los chavales se fueron riendo de allí, sin hacer caso a Lucio.
Pero la cosa no acabó ahí. Durante días, los chavales siguieron yendo al bosque por las tardes a tirar piedras a los animales con los que jugaba Lucio.
Lucio decidió dejar de ir al bosque a jugar. Aunque dio lo mismo, porque los chavales iban a su casa y tiraban las piedras a los animales que esperaban a Lucio en la puerta o con los que jugaba por allí.
Pero un día, cuando los chavales se preparaban para tirar piedras, unos pájaros se colocaron encima de ellos y dejaron caer sobre ellos el resultado de su digestión.
—¡Qué asco! —exclamaron los niños. Y se fueron.
Cuando volvieron al día siguiente, los pájaros estaban listos para repetir su jugada. Aunque no les sirvió de mucha, porque esta vez los niños iban preparados y, en cuanto vieron a los pájaros acercarse, abrieron unos grandes paraguas.
P
ero mientras se reían por haber burlado a los pájaros no se dieron cuenta de que varios patos y una cuantas gallinas se habían acercado hasta ellos. Los niños no habían terminado de cerrar los paraguas cuando empezaron a notar que les picoteaban los pies y las pantorrillas.
Del susto y del dolor, los chavales salieron corriendo.
Al día siguiente, en el colegio, los chavales quisieron acercarse a Lucio para encararse con él y tener unas palabritas. Pero no llegaron a hacerlo porque, miraran a donde mirasen, había algún animalillo cerca.
—Mejor lo dejamos estar, chicos —dijo uno de los chavales.
Y ya no volvieron a molestar más, ni a los animales ni a Lucio.
El niño cuidaba de los animales y estos los cuidaban a él.