Había una vez dos hermanos ratoncitos que se llamaban Pingo y Pango. Pingo y Pango se pasaban el día riñendo y peleando por todo. Que si yo he llegado primero, que si mamá me quiere más a mí, que si soy el más hábil, que si esto, que si lo otro…
Un día, la mamá de Pingo y Pango se puso enferma y no pudo salir a por comida para ella y sus hijos. Cuando los ratoncitos se dieron cuenta de que tenían que ocuparse ellos de ir a buscar para comer se lanzaron corriendo a la puerta a ver quién salía primero. Pero como llegaron a la vez a la puerta se atascaron en ella.
El gato Trusco los vio y se abalanzó para cazar a los ratones inmovilizados en la puerta. Afortunadamente, la mamá de Pingo y Pango llegó a tiempo para desengancharlos del hueco de la puerta.
-¡Por poco! -dijeron Pingo y Pango.
-¿Os dais cuenta que vuestra actitud absurda os ha puesto en bandeja para el gato? -dijo mamá, justo antes de desmayarse.
-¡Mamá! -dijeron los ratoncitos.
-¡Rápìdo! Hay que llevarla a la cama -dijo Pingo.
-Yo lo hago -dijo Pango.
-No, yo lo hago -dijo Pingo.
Y así empezaron a zarandear a mamá de acá para allá hasta que se les cayó al suelo. Mientras, el gato esperaba paciente en la puerta a que salieran de nuevo los ratones.
-Pingo, si no nos ponemos de acuerdo no podremos cuidar de mamá -dijo.
-Pues cede tú -dijo Pango.
-Está bien, lo echaremos a suertes -dijo Pingo, cogiendo una chapa que usaban como cuenco de agua-. Si sale cara tú te quedas a cuidar de mamá y yo me voy a por comida, y si sale cruz lo hacemos al revés.
-De acuerdo -dijo Pango.
Pingo lanzó la chapa al aire, con tan mala suerte que, al caer, se quedó de pie, sobre el canto.
-¿Ahora qué hacemos? -dijo Pango.
-Con el gato en la puerta poco podemos hacer -dijo Pingo.
En ese momento se oyó un fuerte maullido. El médico y su ayudante entraron.
-Justo a tiempo -dijeron Pingo y Pango.
-Pingo, tienes que ir a buscar esto. Pango, tú vete a por esto otro -dijo el médico, entregando un papelito a cada uno de los ratones.
-¿Ya sabe lo que le pasa a nuestra mamá? -preguntó Pango.
-Vuestra mamá está bien -dijo el médico-. Solo necesita cuidados. Está esperando ratoncitos.
-¡Vamos a tener más hermanos! -gritaron Pingo y Pango.
-Más vale que os deis prisa y vayáis a por eso -dijo el médico.
Pingo y Pango se pusieron de acuerdo, por primera vez en su vida, para dejar de pelearse. Desde ese día se ocuparon de ir a buscar la comida, se pusieron de acuerdo para espantar al gato y cuidaron por turnos de su mamá. Y cuando sus hermanos nacieron también cuidaron de ellos.
Ahora que la familia es más grande, Pingo y Pango compiten por cosas mucho más prácticas, como, por ejemplo, quién cambia más rápido los pañales de su hermanitos, quién hace más deprisa un biberón o quién tarda menos en recoger las cosas. Por fin su afán por competir es útil. Y así salen ganando todos.