Bea, Kai y Joan estaban emocionadísimos. ¡Iban a una misión espacial! Los tres habían sido elegidos para viajar al Planeta Verde, un lugar lleno de árboles, ríos y criaturas sorprendentes. En su planeta, todo era artificial: las plantas eran de plástico y el agua llegaba a través de tubos brillantes. Nunca habían visto un bosque real ni sentido el viento de verdad en su piel.
—¡Miren esos árboles enormes! —exclamó Bea cuando aterrizaron en el planeta. A su alrededor, los pájaros cantaban, las hojas se movían con la brisa y el aire olía a flores frescas.
—¡Es como un sueño! —dijo Joan, saltando de la nave y corriendo hacia un río que brillaba bajo el sol.
Kai estaba más callado, observando todo con sus gafas de explorador. Sabía que tenían una misión importante: aprender a cuidar el planeta.
Cuando bajaron de la nave, apareció Flora, la guardiana del Planeta Verde. Era alta, con un vestido hecho de hojas y flores que cambiaban de color. Su cabello parecía hecho de rayos de sol, y su voz era suave, como el murmullo del viento.
—Bienvenidos, niños. Este planeta es muy especial. Aquí, todo está conectado. Los árboles, los ríos, los animales… todos dependen unos de otros. Si cuidáis el planeta, el planeta os cuidará a ustedes. Pero si lo dañáis…
—¡No te preocupes! —interrumpió Joan—. ¡Nosotros lo cuidaremos súper bien!
Flora sonrió, pero advirtió:
—Solo recuerden seguir las reglas. Si no respetan el equilibrio de la naturaleza, el planeta podría sufrir.
Al principio, todo era diversión. Los niños exploraban el bosque, veían flores gigantes que cambiaban de color y seguían a criaturas con alas brillantes. Pero pronto, Joan tuvo una idea.
—¡Mirad! —dijo, señalando una roca enorme junto al río—. ¡Podríamos hacer una presa y jugar a construir un lago!
—No creo que sea buena idea —dijo Kai, siempre cuidadoso—. ¿Recuerdas lo que dijo Flora?
Pero Joan no quiso escuchar. Juntos empezaron a mover piedras y ramas para bloquear el río. Pronto, el agua dejó de correr y formaron un pequeño lago.
—¡Lo logramos! —gritó Joan, saltando dentro del agua. Pero algo extraño ocurrió: las plantas alrededor comenzaron a marchitarse y los animales huyeron asustados.
—¡Oh, no! —dijo Bea, mirando las hojas que caían de los árboles—. Hemos hecho algo mal…
El agua del río, que antes era cristalina, empezó a ensuciarse. Kai, preocupado, corrió hacia el Bosque Luminoso, donde se encontraban los árboles más antiguos del planeta. Las luces que antes brillaban en las hojas comenzaron a apagarse.
En ese momento, Flora apareció de nuevo, pero esta vez su rostro estaba serio.
—Niños, no seguisteis las reglas. Al bloquear el río, habéis interrumpido el ciclo natural del planeta. Ahora, el equilibrio se ha roto.
—Lo sentimos —dijo Bea con los ojos llenos de lágrimas—. No sabíamos que iba a ser tan grave.
Flora asintió, pero su expresión seguía triste.
—El Planeta Verde es fuerte, pero también frágil. Ahora deberán trabajar juntos para restaurar lo que habéis dañado.
—¿Cómo podemos arreglarlo? —preguntó Kai, decidido.
—Debéis liberar el agua, replantar las flores y asegurarse de que los animales vuelvan a sus hogares. Solo entonces el planeta volverá a estar en paz.
Bea, Kai y Joan se pusieron manos a la obra. Con mucho esfuerzo, removieron las piedras y dejaron que el agua del río volviera a fluir. El sonido del agua al correr parecía una melodía que devolvía la vida al bosque. Luego, con la ayuda de Flora, replantaron las flores que se habían marchitado y colocaron pequeños refugios para que los animales volvieran.
Poco a poco, el bosque recuperó su brillo. Las plantas comenzaron a florecer de nuevo y las luces en el Bosque Luminoso volvieron a encenderse como estrellas en la noche.
Joan se acercó a Flora, algo avergonzado.
—Perdón por no escuchar. Pensé que solo era un juego.
Flora sonrió y puso su mano sobre el hombro de Joan.
—Está bien. Lo importante es que ahora entiendes que cada acción cuenta. Cuidar la naturaleza no es solo una tarea, es una responsabilidad.
Bea, Kai y Joan se miraron y, con una sonrisa, prometieron nunca más dañar la naturaleza.
Antes de regresar a su hogar, los niños miraron una última vez el Planeta Verde. Ahora entendían lo especial que era.
—Este planeta siempre estará aquí —dijo Bea—, pero ahora sabemos cómo cuidarlo.
La nave despegó suavemente, dejando atrás el mundo lleno de vida. Pero los tres sabían que nunca olvidarían la lección más importante que habían aprendido: la naturaleza es un regalo que debe ser protegido.
Y así, con una sonrisa en sus rostros, se prepararon para regresar a casa, sabiendo que estaban listos para cuidar mejor su propio planeta.