Hola, me llamo Susana y vivo en una ciudad del norte de España que además es la capital del Principado de Asturias. Se llama Oviedo y, en el centro, tenemos una plaza a la que llamamos La Escandalera. Es el típico sitio donde la gente queda con sus amigos.
Justo en medio, vigilándonos a todos, hay una estatua a la que llaman La Maternidad, aunque todo el mundo la conoce como "La Gorda". Es una madre con su hijo con los brazos extendidos. Parece que se quieren mucho. En el cole me han explicado que la hizo un señor que se llama Fernando Botero. Lo malo es que está muy estropeada por culpa del humo de los coches. Mi madre dice que los coches son muy útiles pero es una pena porque la contaminación haga tanto daño al arte.
De hecho, en mi ciudad también tenemos una iglesia muy muy antigua que, como está al lado de la autopista, está súper negra. Ahora no me acuerdo bien, pero creo que se llama San Julián de los Prados.
Un día, hablando de la estatua de La Maternidad con mis amigos, pensamos en hacer algo para salvarla del humo de los coches.
- Estaría mejor en un parque o en la montaña - decía Raúl.
- Ya, pero las estatuas son para las ciudades - le respondió Jorge.
Como no nos poníamos de acuerdo, decidimos que se quedase en la plaza pero teníamos que ayudarle a respirar mejor. Fue entonces cuando a Luis, que siempre saca muy buena nota en los exámenes de ciencias naturales, se le ocurrió la idea de construir una burbuja invisible que envolviese a la estatua.
Pensamos en hacerla de plástico reciclado, ya que en el cole siempre nos dicen lo importante que es reutilizar los materiales para hacer menos daño a nuestro planeta (de hecho, yo siempre uso las dos caras de los folios para dibujar o para hacer las cuentas de la clase de matemáticas)
A
l final elegimos el plástico invisible para cubrir a la estatua. Fuimos a colocarlo un día por la noche para que nadie nos viese, aunque nosotros sabíamos que estábamos haciendo algo bueno porque queríamos tratar de mantener a la estatua limpia.
Nada más envolverla la estatua empezó a moverse, todos nos quedamos quietos, muertos de miedo. Estábamos apunto de empezar a gritar y salir corriendo cuando nos sonrió y nos dijo:
- Muchas gracias, chicos. Os estaré siempre agradecida.
A día de hoy no le hemos contado a nadie lo que nos pasó. No nos creerían. La estatua sigue protegida con su plástico y seguimos pensando en nuestro próximo plan de rescate.