Matilda adoraba ir a la escuela, la niña soñaba con convertirse en una gran científica de mayor, y para ello sabía que debía estudiar. Le gustaban todas las asignaturas, pero evidentemente sus favoritas eran ciencias y química.
Pero en los últimos tiempos, Matilda no se sentía con ganas de ir a la escuela, puesto que había algo que la fastidiaba, o mejor dicho alguien. En su curso había un niño llamado Ron, que no paraba de burlarse de Matilda. Ron se burlaba del cabello de Matilda, de sus vestidos, de sus lentes y de lo mucho que la niña participaba en la clase. Cualquier cosa que hiciera Matilda era material perfecto para que Ron se burlase de ella.
Y Matilda, además de ser muy estudiosa, era también muy enojona, y más de una vez terminaba peleándose y golpeándose con Ron el burlón. Tal era el problema que en ciertas ocasiones de la escuela habían llamado a sus padres para conversar al respecto.
Una mañana Matilda estaba sentada en su cama sin cambiarse. Como se demoraba y nunca lo hacía, su madre se acercó a ver que estaba sucediendo.
—¿Qué pasa que no te has cambiado hija? ¿Te sientes bien? —preguntó la mujer.
—Si me siento bien, pero no me siento cómoda yendo a la escuela… Ron va a molestarme, y vamos a acabar peleando como siempre.
—Bueno, el cómo siempre es relativo, Matilda.
—¿Cómo qué relativo? Ron todos los días me molesta por algo diferente, y acaba rápidamente con mi paciencia, lo detesto —respondió la niña comenzando a enojarse.
—Matilda, tú no puedes controlar lo que hace Ron, pero si lo que haces tú. Él siempre se burla y tú te enojas, cambia eso, reacciona diferente y fíjate que sucede.
—Pero eso es difícil mama, ese niño sí que acaba con mi paciencia.
—Es difícil, pero tú eres una niña inteligente y puedes con eso. Vamos, alístate que llegas tarde al cole.
Tras decir eso, la madre de Matilda se retiró y dejó a la niña sola para que se cambiase.
Mientras se vestía, Matilda pensaba en lo que su madre le había dicho, podría ser verdad o no. Pero como buena futura científica decidió ponerlo a prueba y evaluar los resultados.
Ese día en el patio de la escuela, Ron la recibió como cada día, con una burla. Matilda retuvo su rabia y simplemente le dio los buenos días y siguió caminando. Al día siguiente igual, ni bien se cruzaron, Ron le dijo alguna tontería a Matilda. Esta vez la niña simplemente lo ignoró.
Unas semanas después, Ron ni se molestaba en burlarse de Matilda, tan solo la saludaba normalmente. La niña, que había tomado nota de todo en su cuaderno de experimentos notó que en menos de un mes de aplicar el consejo de su madre, Ron había cambiado de actitud. La pequeña entendió que, aunque no podía controlar a los demás, si podía controlarse a ella misma, y eso cambiaba mucho las circunstancias. A partir de ese día aplicó ese aprendizaje en su vida y utilizó los desafíos que se le presentaban para hacer nuevos experimentos y aprender muchas valiosas lecciones más.