En un rincón olvidado del ático de la casa de Curro, entre cajas de viejos inventos y libros polvorientos, él y su amiga Marta descubrieron algo extraordinario: ¡una máquina del tiempo!
Pero no era una máquina cualquiera. Se llamaba Giro, tenía botones de todos colores, palancas que parecían bailar solas y una pantalla que parpadeaba imágenes de eras pasadas.
Curro y Marta, guiados por la curiosidad y el deseo de aventura, decidieron nombrar su primer destino: ¡la era de los dinosaurios!
Giro, con un zumbido que sonaba casi como un bostezo, los llevó al Cretácico. Al llegar, se encontraron frente a un paisaje de ensueño, donde gigantes verdes caminaban majestuosos bajo un cielo azul intenso.
Pronto, un pequeño dinosaurio, al que cariñosamente llamaron Dino, se tropezó con ellos... literalmente. Dino era un jovial joven dinosaurio con más curiosidad que miedo.
—¿Estáis... perdidos? —preguntó Dino, mirándolos con grandes ojos inocentes.
—¡Podrías decir eso! —respondió Curro, mientras Marta no podía dejar de reír al ver a Dino intentando pararse sin mucho éxito.
Decidieron explorar juntos. Giro les recordaba constantemente que no debían alterar nada, aunque a veces se olvidaba de sus propias reglas y terminaba haciendo bromas a los dinosaurios más serios. Su primera misión fue encontrar una fruta especial que Dino había perdido, pero en su búsqueda, accidentalmente iniciaron una estampida de triceratops.
—¡Corred! —gritó Marta, mientras Curro, con una sonrisa nerviosa, aseguraba que tenía todo bajo control, a pesar de que claramente no era así.
Después de escapar por poco, decidieron que quizás interactuar con los dinosaurios no era la mejor idea.
Entonces, Giro sufrió una avería al intentar volver a casa. En lugar de regresar al presente, los envió a una era completamente diferente: el desolado Periodo Pérmico.
—Bueno, esto no estaba en el plan —dijo Giro, casi disculpándose.
En el Pérmico, tuvieron que lidiar con un ambiente mucho más hostil. Pero fue aquí donde encontraron la primera pista sobre el tatarabuelo de Curro: un viejo sombrero bajo una roca fosilizada.
—¿Cómo llegó esto aquí? —se preguntó Marta, intrigada.
Cada era visitada les presentaba desafíos únicos, desde esquivar a los veloces velocirraptores hasta intentar no ser pisoteados por un amigable, pero torpe, brontosaurio. Y en cada era, encontraban una nueva pista, acercándolos más al misterio de su tatarabuelo.
F
inalmente, después de visitar varias eras más, incluyendo un té bastante incómodo con un Tyrannosaurus rex que no comprendía por qué no podían quedarse a cenar (ellos siendo la cena), Giro logró repararse lo suficiente para intentar el viaje de regreso al presente.
Cuando finalmente llegaron a casa, Curro y Marta estaban llenos de historias para contar y una nueva apreciación por su propio tiempo.
Pero lo más importante, descubrieron bajo el sombrero del tatarabuelo un diario lleno de aventuras y la clave para usar a Giro. El tatarabuelo había sido un viajero en el tiempo, ¡y ahora ellos tenían el legado en sus manos!
—¿Listos para la próxima aventura? —preguntó Curro, con una sonrisa aventurera.
—¡Siempre! —respondió Marta, mientras Dino, que había decidido quedarse con ellos, asentía emocionado.
Y así, Giro, Curro, Marta y Dino se embarcaron en nuevas aventuras, sabiendo que el tiempo era amplio, pero la amistad era eterna.